Opinión

El futuro no está escrito

Todo lo que se pueda decir, ver o leer sobre el futuro de España, el futuro político, se basa en suposiciones y cábalas. No está escrito.

El PP ganó abiertamente las elecciones con una subida importante de votos y escaños, y sin embargo quien tiene más posibilidades de gobernar a partir de unas semanas es el PSOE, aunque es difícil que, en caso de lograrlo, pueda llegar a mitad de legislatura.

En cualquier país democrático, el resultado que ha dado el 23 de julio supondría que los dos partidos mayoritarios se sentarían al menos a hablar para intentar un posible acuerdo de gobierno, visto el percal de los otros partidos. Pero la ambición de Pedro Sánchez es inconmensurable y no le importa gobernar con partidos que odian a España y pretenden escindirse de ella; tampoco le importa gobernar con una coalición forzada, Sumar, en la que ya han aparecido las primeras tensiones internas, ni le importa gobernar con el apoyo de un fugado de la justicia y con un partido que desciende directamente de ETA, aunque en honor de la verdad hay que reconocer que el éxito de Bildu es claro y la mayoría de sus votantes no conocen qué ha sido ETA ni les importa, se sienten identificados con el retrato histórico, de valientes gudaris, que gira en torno a Arnaldo Otegi, y se encogen de hombros cuando se les habla de los crímenes del terrorismo.

Solo queda un consuelo ante tanto desconsuelo: Pedro Sánchez y sus acólitos no podrán decir que representan el gobierno de progreso. Hoy capitanea Pedro Sánchez un conglomerado en el que tienen cabida partidos de la derecha recalcitrante, actúan con los mismos tics que la derecha y defienden los mismos principios que la derecha española más tradicional, excepto que les sobra la palabra española. No quieren saben nada del país al que pertenecen, que les presta todos los servicios sociales de los que disfrutan y cuya justicia incluso les ampara aunque ellos no reconozcan ni acaten a la justicia española cuando no les es favorable.

FEIJÓO PELEARÁ HASTA EL FINAL

Sánchez ha iniciado sus vacaciones y deja atrás a su equipo para que negocie con otras fuerzas los votos necesarios para gobernar. De momento, lo prioritario es que consiga los apoyos para que el nuevo presidente del Congreso sea socialista, cargo que hay que elegir antes de la investidura del nuevo presidente de gobierno.

ERC, que tanto apoyó a Sánchez en la pasada legislatura y que ahora presenta su cara más hosca, más intransigente, ha anunciado que a la mesa negociadora con el PSOE enviará a Marta Rovira, ex parlamentaria autonómica que se fugó a Suiza. Se nota que quiere mostrar un perfil más drástico, más independenista, que Puigdemont y Junts; pretende ir más allá de lo que va el ex presidente Puigdemont, que exige amnistía y referéndum y no se conforma con indulto y consulta, el subterfugio que barajaban los sanchistas.

Feijóo va a pelear hasta el último momento para ser presidente, y si no lo consigue se empeñará a fondo en ejercer como líder de la oposición. No se irá de vacaciones, apenas algún salto a Moaña para ver a su mujer y a su hijo; ha marcado así el camino a la dirección del PP, que también va a dedicar el verano a trabajar para luchar por todos y cada uno de los votos y conseguir el gobierno, lucha aparentemente perdida de antemano pero a la que el presidente del PP no va a renunciar hasta que sea inevitable asumir que Sánchez continuará en La Moncloa.

El propio Feijóo llevará las negociaciones más importantes, en las que incluye reunirse con el propio Pedro Sánchez. El presidente en funciones ni siquiera le ha felicitado por haber ganado las elecciones, pero ese tipo de gestos reñidos con las buenas formas y la educación forman parte del adn de Pedro Sánchez.

Es probable que, tras analizar fríamente la campaña electoral, la estrategia y sobre todo la táctica, Feijóo se haya dado cuenta de los errores cometidos, de los puntos débiles, de cómo responder con eficacia a la estrategia y táctica de Sánchez y de ver si los miembros de su equipo más cercanos han estado a la altura de las circunstancias. La idea generalizada es que no, y si el PP ha ganado las elecciones ha sido por el esfuerzo personal de Feijóo, no de sus principales colaboradores.

Feijóo, que durante sus muchos años de presidencia autonómica conoció la amargura de tener que asumir decisiones de la sede nacional con las que no estaba de acuerdo, y eso que a él le respetaban más que a cualquier otro presidente regional, por sus sucesivas mayorías absolutas, quiso dar libertad a los líderes regionales para decidir respecto a coaliciones de gobierno, y hoy son ya muchos los dirigentes del PP que consideran que fue un error no impartir ciertas instrucciones. Por ejemplo, que solo se gobernaría en coalición con Vox cuando fuera indispensable el voto favorable del partido de Abascal, pero en ningún caso se les daría entrada en el gobierno si bastaba con la abstención. Cuando se impartió esa instrucción el mal ya estaba hecho en Valencia y Extremadura,  lo que dio alas a la izquierda, sobre todo a la socialista, para basar toda su campaña en identificar al PP con Vox.

SITUACIÓN IMPOSIBLE

A pesar de que Feijóo repitió hasta la saciedad que él pretendía gobernar en solitario, y nunca aceptó que a lo mejor tenía que hacerlo en coalición con Vox, otros compañeros suyos se mostraron más tibios en ese aspecto y pasó factura en las urnas. En las próximas semanas tanto PSOE como PP van a poner todo su empeño en conseguir los socios suficientes para gobernar, aunque Feijóo parte con la dificultad de que está obligado a marcar distancia total con Vox. Entre otras razones porque no le gusta lo que defiende ese partido, pero por otra parte necesitaría que en la izquierda se viviera algún tipo de revolución interna que hiciera perder apoyos a Sánchez y los escaños del PP sumaran más que los de toda la izquierda. De manera que a Feijóo le bastara con la abstención de Vox para convertirse en presidente. A no ser que un Vox desquiciado decidiera votar a Sánchez con tal de no ver a Feijóo en La Moncloa. Lo que parece impensable pues significaría el fin de Abascal y sus polémicos adjuntos.

En la reunión que mantuvo con su ejecutiva dijo Feijóo que pretende presentarse a la investidura porque es el ganador de las elecciones, pero la última palabra la tiene el rey. Felipe VI, a partir del 17 de agosto, fecha en la que se constituyen las Cámaras y a continuación se elige a quienes serán presidentes del Congreso y Senado -el reto más importante que tienen ahora PP y PSOE- recibirá en ronda de consultas a los portavoces parlamentarios de menor a mayor, siendo los dos últimos Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Cuando el Rey reciba a Feijóo tendrá por tanto todos los datos sobre las posibilidades que conseguir los votos necesarios para la investidura y cuáles tendría Sánchez: pero si Feijóo, como ganador, le pidiera intentarlo, lo lógico es que Felipe VI le dé esa oportunidad.

Que es por otra parte lo que quiere Sánchez, como ha confesado a miembros de su ejecutiva. Desea ser elegido después de que fracase la investidura de Feijóo, si efectivamente es así como se desarrollan las cosas. Cree Sánchez que la derrota previa de Feijóo le daría fuerza como presidente si efectivamente logra ser presidente. Pero su situación es de debilidad máxima.

Ha confesado a su ejecutiva que no es descartable el bloqueo político que obligue a convocar nuevas elecciones antes de fin de año: y ha confesado también que si es presidente tiene difícil completar la legislatura.

No tiene líneas rojas, lo ha demostrado sobradamente en estos años, , pero lo que exige Junts es inconstitucional, y por mucho que Cándido Conde Pumpido tratara de ayudar a Sánchez desde el Tribunal Constitucional si se presenta algún recurso, difícilmente aceptaría dar visto bueno a algo que rechaza expresamente el texto constitucional, la amnistía y un referéndum para la independencia. Por muchos subterfugios que busque Sánchez, es imposible.

Es significativo que en las filas socialistas asuman con naturalidad que, en caso de continuar como presidente, Sánchez no podría aprobar los Presupuestos, pero pueden prorrogarse. En la reunión del pasado lunes, el presidente dio a entender que en caso de gobernar no presentaría excesivas leyes al parlamento ante la dificultad de aprobarlas. La distancia que separa a la izquierda del PP más Vox no supera los 3 escaños. Y supondría un agotamiento absoluto tener que negociar en todas y cada una de las propuestas de gobierno con partidos tan díscolos como Junts, ERC y PNV, entre los que no se incluye a Bildu, que hoy es el socio que menos problemas pone para apoyar al gobierno. Pero sí habría que incluir a los 5 escaños de Podemos adscritos a Sumar.

Todo ello abunda en la idea de que, si Feijóo no logra superar una investidura y Sánchez tampoco, el bloqueo obliga a unas nuevas elecciones.

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