Opinión

Gobierno, al fin

Cinco intentos previos, empezaba a ser humillante para Pedro Sánchez. Una y otra vez el Parlamento le retiraba su confianza. Finalmente ha logrado, a la sexta oportunidad, ser investido presidente de gobierno, aunque ha debido tragar otro tipo de humillaciones: las impuestas  por partidos que no respetan  la Constitución y que hace apenas dos meses él mismo consideraba inaceptables. 

Ha conseguido la presidencia del gobierno, pero no el respeto de los españoles, y lo sabe. Un gran porcentaje se sienten indignado ante un presidente que ha engañado a sus votantes, que ha controlado hasta la extenuación a sus propios diputados para que no se le escapara un solo voto; si finalmente ha tenido el de todos ha sido por lealtad sincera al partido pero, también porque sus emisarios habían advertido  previamente a los indecisos que su voto negativo sería irrelevante porque tanto en las filas de Bildu como en las de ERC aparecerían  los “sies” necesarios en lugar de la abstención.

El gobierno echa a andar.  Sería una espléndida noticia si no fuera porque  no tiene nada que ver con lo que gusta repetir a Pedro Sánchez, “un gobierno de progreso”. Falso. Se trata de un gobierno condicionado por fuerzas que no tienen nada de progresistas y sí de nacionalismo e independentismo   al margen de la ley, y a cuyas exigencias se ha sometido. Empezando por la formación de una mesa ignominiosa en la que Gobierno y Generalitat se sentarán, y siguiendo por oscuras decisiones  judiciales no suficientemente explicadas y que desgraciadamente están impregnadas de un tinte político  al que dio pie Sánchez cuando, todavía candidato, anunció que antepondría la política a la judicialización de los problemas.

Inicia andadura un gobierno después de meses de inestabilidad, y lo que debería ser una buena noticia no lo es tanto porque este gobierno, y este presidente, no auguran nada bueno. Ni siquiera el progreso del que tanto presumen, porque cuando no salen las cuentas o se disfrazan, el bienestar brilla por su ausencia y aparecen los males de la inapropiada gestión económica, empezando por el paro y siguiendo por la precariedad de los servicios públicos. Por no mencionar, en lo político, los avances del independentismo, garantizado en un pacto que, de romperse, acabaría con el gobierno de Sánchez.

La legislatura empieza con exceso de  escepticismo y  descontento, incluso entre un sector importante de votantes socialistas que creyeron a Sánchez cuando se presentó con líneas rojas. Pero durará. Entre otras razones porque la oposición  que agrupa a los partidos de centro derecha no ha acertado. 

En mano de Casado estuvo evitar el acuerdo PSOE-Podemos presentando un pacto de legislatura con garantías de apoyo  presupuestario y cuestiones de Estado,  pero el presidente del PP no dio el paso necesario. Es  probable que Sánchez  no lo hubiera tenido en cuenta  y se empeñara en el pacto con Podemos pero, al menos, no podría decir lo que ahora es su estribillo: que era el único que podía formar ante el bloqueo de la derecha. 

Te puede interesar