Opinión

H de Hermida

Permítanme, excepcionalmente, la primera persona. Soy uno de los periodistas que ha tenido el privilegio de trabajar con Jesús Hermida, y de tratarlo durante los años gloriosos en los que fue corresponsal de TVE en Estados Unidos. Tuve el privilegio, me repito, de iniciarme en el periodismo en una ciudad, Nueva York, donde trabajaban profesionales como Jesús, José María Carrascal o Cirilo Rodríguez, por mencionar a los tres más conocidos de la tribu. Y de regreso a España, el privilegio de que Jesús Hermida me llamara para participar en aquellas tertulias televisivas que él inició y de las que salieron algunas de las protagonistas de la historia de la televisión y algunas de las más importantes alcaldesas del PP, que despuntaron en política como colaboradoras de aquellas tertulias que no tienen nada que ver con las de ahora. Por ejemplo, allí tuve la oportunidad de compartir charla con personas a las que Hermida contrató para sus programas en TVE primero y en Antena 3 después, como Camilo José Cela o Fernando Fernán Gómez. Casi nada.


Jesús Hermida nos enseñó mucho a muchos, la lista de los y las que se iniciaron con él es larga y plagada de periodistas a los que Hermida convirtió en auténticos profesionales. Era duro, concienzudo, exigía mucho, pedía imposibles y no admitía un pero. Rompió moldes, convirtió la televisión de entonces en otra cosa, como convirtió la corresponsalía en Estados Unidos en otra cosa cuando él estaba allí.
Se le recuerda ahora por su crónica de la conquista de la luna, por la televisión, por haber sido el padre profesional de grandes periodistas. Pero además de eso, los que hemos tenido la fortuna de conocerle le recordaremos por su tesón, por su entusiasmo contagioso que se contradecía con la inseguridad personal que transmitía a veces. Le recordaremos incluso por sus ratos de melancolía cuando se dejaba llevar por la decepción, que no disimulaba.

Defendía a los suyos con uñas y dientes porque sabía que daban todo por él y por el oficio, tenía poca paciencia pero comprendía a quien no acertaba a la primera y le apoyaba en el segundo intento, y conseguía crear equipo, la eterna base del éxito. Hermida, por cierto, confesaba que trabajaba mejor con mujeres, decía que nunca le ponían un pero con los horarios e inventaban  lo que hiciera falta para conseguir lo imposible.
En la hora de su muerte le llora la profesión y le llaman maestro. Merece el llanto y era un maestro.

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