Opinión

Señorío

Un señor, llevado por el entusiasmo, por la euforia, es probable que hubiera abrazado y besado a la persona que tiene más próxima, sobre todo si es partícipe del éxito que ha provocado el entusiasmo y la euforia. Sin ir más lejos, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se bien se besaron delante de todo el hemiciclo y de millones de televidentes cuando se produjo la votación que convirtió a Francina Armengol en presidenta del Congreso, y nadie se escandalizó. 

Un señor, después de besar a Jenny Hermoso en la boca y escuchar declaraciones de la jugadora diciendo que no le gustó, habría salido de inmediato para pedir disculpas por el arrebato, reconocer que le había faltado al respeto y pedir perdón a Jenny. Si hubiera reaccionado así, el beso no habría tenido más recorrido. Pero Luis Rubiales no es un señor ni nada que se le parezca. 

Cuando compareció la primera vez, supuestamente para pedir perdón, hizo a Jenny copartícipe del gesto de entusiasmo que acabó en beso, y el viernes, cuando se anunció que iba a presentar su dimisión y no lo hizo, dio una versión de los hechos absolutamente indecente. Incluso en el caso de que fuera cierta, que poco menos que Hermoso se le echó encima, lo que no es creíble, una persona con señorío, hombre o mujer, jamás habría actuado como ha hecho el presidente de la Federación de Fútbol, culpando a la jugadora. De todo lo ocurrido, lo menos escandaloso ha sido el beso; lo peor, todo lo demás. 

Llena de vergüenza que un hombre así represente al fútbol español, y es preocupante el respaldo mayoritario que ha recibido por parte de los miembros de la Federación. Es evidente los futbolistas españoles están en las mejores manos.

El triunfo mundial de la selección femenina se ha visto ensombrecido por un presidente que ya arrastraba asuntos de presunta corrupción que merecían ser analizados y, si se demostraban ciertos -que parece que lo son- ponerlo de inmediato en la calle. Pero da la impresión de que en esa federación de privilegiados hay muchos que aceptan de todo, incluido un presidente sin honor, con tal de mantenerse en el machito.

Rubiales, al que no tengo el placer ni ganas de conocer, representa como nadie la falta de señorío. Pero también la soberbia en la que caen algunos jefazos que se creen con bula para hacer lo que les da la gana. 

Es el peor ejemplo de algunos más que se ven en las altas esferas, con casos que demuestran que ostentar poder no siempre indica inteligencia. Rubiales ha ido de torpeza en torpeza hasta el desastre final. Cualquiera, con dos dedos de frente, habría abordado el asunto con respeto y educación, y el problema no habría prolongado más allá de una hora. Pero no se puede pedir señorío donde no hay más que arrogancia y vulgaridad.

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