Opinión

En agosto lo que llueve son estrellas


Claro, ya lo sé, ya sé que los santos han caído en desgracia y ya no los consideramos sino unos hombrecitos o unas señoras bajitas, de madera de teca o escayola, que sacamos en las procesiones para hacer bonito.

A través de los siglos han sido nuestros abogados gratuitos que nos han defendido frente a tantas penurias y a tantos sinvergüenzas que en el mundo han sido. Me hace gracia que en la época de la Reforma muchos de los labradores les decían: “… pero no a San Antón que defiende mi ganado”. Y así en muchas denominaciones por muy reformistas que sean siguen discretamente conservando la vigencia de algunos santos.

Los santos son propiedad del pueblo. Son como la gente vulgar: afables, francos, simples, ingenuos, un poco incautos y siempre llanos. Y cogen nuestras necesidades, nuestros miedos porque tenemos dudas y recelos, pánicos y a veces estremecimientos, y se los llevan al paraíso. Un santo es un enchufe con el jefe del cielo.

El clero ha mandado mucho, pero en el tema santoral, me parece a mí, que, para no desbarrar, se lo prestan a los creyentes. Las señoras de mi pueblo se reúnen y visten a la Virgen de agosto a su “gusto”. Y no creo que nadie se atreva a darles órdenes de cómo llenarla de flores, ternezas o mimos. Bueno…cuando se inmiscuyen y por ejemplo les prohíben los “cadaleitos” (en Ribarteme) y otros los “estoupa o xudas” (en Las Ermitas) se monta un guirigay, que viene a ser una jerigonza, una algarabía que hace perder la paz y el sosiego.

Digo yo que... cuando uno ama puede hacerlo a lo loco; y amar a Dios y a los demás puede hacerse dejando que el corazón se exprese inmoderado y enloquecido. La cultura no es otra cosa que una caja enorme en la que hemos ido guardando los sentimientos dese hace tantos siglos.

De niño tuve de todo menos madrina. En aquel lugar de Teruel que fue mi Galicia de nacimiento, y por tradición, los chicos teníamos padrino y las niñas madrina. Ya nos dejaron bien claro entonces que nuestra madrina era la Virgen María. Es posible que esto a ustedes pueda darles envidia. Pues lo siento.

Cuando llegaba el día 15 de agosto mi corazón, el de un chico nacido en los 50, palpitaba a gran ritmo. Me ponía aquella gorrita azul marino y corría a verla en el altar adormecida. Porque era el día de la dormición de la virgen, según decía mi madre y aquella señora Valentina que me achuchaba.

El 16 de agosto era San Roque. Recuerdo aquel gigante racimo que colgaban, de las manos del santo en el Puente de Domingo Flórez, y que pronosticaba esa bendición agrícola sobre el Bierzo. El fervor con el que se celebraba su fiesta en la Rúa Vieja. Don Severino y yo acordamos desde entonces llamarla Rúa Vella porque relataba mejor su belleza, su preciosidad y ese galleguismo prístino del que se enorgullecen en Valdeorras. En Viana vuelven a celebrarse de manera sincrónica y estupenda las dos fiestas. En Santiago se celebra con afecto y veneración a este santo por peregrino ejemplar portador de la concha y caminante herido. En tantos sitios…

Por el aire llega el olor de las hierbas de san Lorenzo, ese orégano medicinal que ha de recogerse antes de que salga el sol. Y en el cielo llueven las estrellas que vienen a ser los tropezones que se dan los santos pequeños, para cumplir con prisa, aquello que les pedimos con nuestros besos.

Y el perro de san Roque ladra su panecillo blando, aunque no tiene rabo.

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