Opinión

Algo de otoño con champiñones

El sol agarrado a esta silla con los dientes amarillos no quiere irse. Es un muchacho díscolo y desobediente que no quiere entender que ya está bien y que ha de dejar sitio a la lluvia, esa fémina siempre mojadora que permite a nuestras castañas ponerse abultadas, brillantes, vestidas con ese abriguito marrón que yo les quito para comérmelas asadas.

Claro que si se va… viene ese cuchillo de las mañanas y acuchilla las piernas de las muchachas, las manos candorosas de las niñas que van con sus guantes de colores y su mochilita malva. Tiemblan las rodillas de las viejitas que se toman café con churros mientras pasa un hombre respirando vaho y siete chicos con su bufanda. El frio tampoco es un chaval muy de fiar y cuando te despistas te aprieta y te hace gamberradas metiéndote los dedos en la nariz para que estornudes y te duela la garganta.

Luego, ya dentro de casi nada vendrán unos relojeros sabios a decirnos cuándo hemos de despertarnos por las mañanas o hasta cuando podemos ver a la noche nuestros programas. Ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero y qué somos nosotros sino marineritos de barcos de papel que se nos rompen al emborracharse de agua. Eso sí que es mandar, quitarle o ponerle una hora a nuestro tiempo. Digo nuestro, pero a lo mejor no es nuestro y alguien nos lo ha prestado por un par de semanas.

Yo por ejemplo me cuido mucho, hago deporte, y tomo magnesio y las olas del Atlántico, del Mediterráneo, y el aire cálido del desierto. Me afeito con una cuchilla de las de tirar, de esas que por cinco euros en Portugal te dan un ciento. Con todos esos cuidados espero que no se me note el tiempo. Por eso me gusta ver a mis amigos, esos que mienten tan bien, y que me dicen que estoy hecho un chaval y yo voy… me lo creo y te lo cuento.

Es bonito cambiar de estación. Ahora toca el otoño. Supongo que es como jugar a la oca y saltamos de oca en oca “porque me toca”. Cuando empezamos la partida estamos seguros de ganar y movemos esas fichas blancas, verdes o rojas para jugar. Luego tiramos los dados caprichosos. Y, has de estar muy atento, al cubilete: ya que de “puente a puente puede que se te lleve la corriente”.

Si eso ocurre ríete de ello en el mes de noviembre. Recuerda al hombre que conducía de noche por aquella carretera extraña. Buen charlador con las mujeres guapas…vio aquella joven caminar aislada. De hermoso talle pensó en cortejarla. Abrió la ventanilla y le dijo: ¿No tienes miedo de caminar solitaria? Desde la curva contestó: “Sí, cuando estaba viva. Ahora ya no… que estoy muerta y enterrada”.

Todo es líquido y se nos escurre entre los dedos como la codicia y la ambición. Sólo el amor, aunque juren lo contrario, no es líquido. A lo más aceptaré que es una gelatina que se tambalea dulce en el plato cuando tú cocinas, atado el mandil a la espalda, en los brillantes fogones, y te miro cómo mezclas los mimos con azafrán, un pellizco de pasión, un estudiado desdén y golosos champiñones.

Ahora mismo mientras concluyo escucho cómo llueve y el aire racheado mueve esta cortina. Miro hacia el cielo y los nubarrones negros me dan miedo. Me parecen, créetelo, unos gigantes, con paraguas de los de antes, un sombrero de bombín, malas pulgas y zapatones grandes.

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