Opinión

Amar se escribe con agua

Me pongo a escribir unos poemas. Hoy es fácil porque llueve. El llanto de las nubes esponjosas es muy inspirador. No preciso de musas o a lo mejor son ellas, hechas de agua, las que se me aparecen húmedas y noctámbulas.

Vienen a mi oído y me cantan canciones como aquellas sirenas peligrosas de los mares de Ulises. A veces me parecen tan estúpidas que las desprecio por su manía de ordenarme rimar los sentimientos con los atardeceres, o con los olivos o con los desconocidos hayucos que encuentro algún día de tormenta por la mañana.

A veces las musas se van y me dejan sólo. Entonces mi bolígrafo de propaganda se me antoja un artilugio feo e inútil, como un aparejo antiguo de labranza, ya abandonado al lado de la acequia. La tarde se melancoliza. Por eso me voy a pasear y las chispitas de lluvia me caen sobre la cara, indolentes, frágiles y repletas de frugalidad.

Escribir un poema es como dormir, soñar, sin pijama. Es descubrir que los torrentes que nacen en las solanas se suicidan sobre las pozas de Melón o sobre el río Xallas. Que las libélulas no lo son, sino caballitos del diablo disfrazados de pensamientos inconexos e incongruentes, insectos larguiruchos con cuatro alas.

A veces escribo un poema y voy y lo leo y me parece genial. Entonces, lo cojo entre mis dedos y como un cocinero novato va desnudando los puerros, lo troceo en cachitos y lo envío sin remitente a la papelera de mi cuarto. ¡Qué bien! Ya nadie va a decirme que es bueno. Ni siquiera me dirán que es malo. Nadie dirá nada y entonces se hace el silencio. Y claro, ya no seré el poeta sino el hacedor de silencios.

Cuando estoy en mi buhardilla pinto o escribo. Viene a ser lo mismo. Hacer borrones de colores o rayas. Llenarte los dedos de oleo y embadurnar los lienzos imaginando que las imágenes aún no existen y crearlas. Pero lo magnífico no es sólo pintar o escribir, lo especial es que alguien quiera y sepa leer tus letras o tus manchas. 

Si fuese ministro, que doy muy bien en pajarita o en corbata, y me ofreciesen escoger mi cartera, les diría sin pensarlo que del agua. Ministerio del agua. Creo que sería el primer ministro del hidrógeno doble, más del oxígeno, más del amanecer luminoso y de las heladas. Del granizo, de la blanca nieve y con una secretaría general del arco iris y otra del fuego de San Telmo…y de la escarcha.

Y se me olvidaba… también de las madrugadas con churros y tú acompañándome en la terraza. Con ese poder de ministro mandaría que en los colegios se estudiasen muy bien las veintiocho letras, la redacción de los cuentos de hadas, las estrofas y haría obligatorio estudiar el azul del mar y del cielo y de alguna forma mágica evaluaríamos la solidaridad en las miradas.

Vuelve a llover, pero ahora de verdad, y tú y yo abrimos el paraguas. Y luego lo cerramos de golpe, nos reímos, y nos empapamos. Somos dos payasos mojados. Volvamos a casa, te lo suplico, que a lo mejor han vuelto las musas y me ayudan a escribir los poemas que prometí al principio de esta columna, cuando aún no estabas. 

Un poema puede ser o puede que no sea nada, sólo un bicho verde, un verso, que una tarde va y se te sube a la espalda.

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