Opinión

Un ángel llamado Down

Hay ángeles, arcángeles, serafines, querubines… y luego están los Down.

En este mundo, así de vulgar, es bien difícil ver un ángel. Bueno, a no ser que te fijes bien en Susana que, desde Viana, se fue volando el pasado viernes o en aquel chico que se pasea por Madrid con una cartera llena de papeles.

La niña que vuela lo hace porque es lo habitual en los ángeles. Acaba de irse al reino donde todo se arregla. En aquel sitio tienen un pase de prioridad especial porque son los más amigos de Dios. El chico que estos días se pasea por Madrid es Pituco. De él hemos dicho hace tiempo que es de tantalita.

A ellos los quiere todo el mundo porque producen ternura, amor, devoción. Porque son como los pájaros carpinteros que luego te labran un hueco en medio del corazón. Cuando nace un pequeñajo, se dice que trae un pan bajo el brazo. Los bebés con síndrome de Down traen, en cambio, una copia extraordinaria del cromosoma 21. No es pan, pero es pura inclinación, apego, cariño, simpatía y predilección. 

Cada ser humano es único e irrepetible. Qué bien. No debemos clasificar por colores, formas, caprichos, posesiones materiales; ni siquiera por cocientes, coeficientes, ni terapias. Se intenta también clasificar por discapacidades. No es éste el caso, ya que este síndrome no discapacita, sino que, déjennos decirlo, habilita muy expresamente para la sensibilidad, la comprensión de los otros y la bondad. Sólo eso. Los otros han de buscar mejorar en la empatía, en la simpatía, en la bondad de sus acciones. A ellos, a estos que llamamos ángeles, todo eso les viene de fábrica, es algo innato en ellos. Por eso nos sobrepasan. Nosotros “luchamos por” y ellos nos enseñan a hacerlo.

Existe gente que no los ve como ángeles y es porque tienen la vista cansada. Pura presbicia. Cada ojo se ajusta constante. Permite o no que entre determinada luz. Cansados de ver tonterías se nos deforman las imágenes. Decía Thackeray , el autor de Vanity Fair, que la mayor parte de la gente es tonta y egoísta. Es por ello que sólo vemos, le damos importancia a un mundo que hemos convertido en la Feria de las Vanidades. Y nos pasamos la vida enseñando lo importantes que somos. Aunque, la verdad, lo verdaderamente importante se esconde bajo esa luz que palpita en sus miradas, siempre corteses, inteligentes y delicadas.

El hombre dice: soy barro. Y entonces le cuesta aceptar que estos chicos puedan echar a volar, remontarse, planear, El hombre dice soy barro y entonces le cuesta aceptar que aquí viven también mujeres y hombres de cristal. 

Me contó la mamá de uno de esos bebitos, cuando le diagnosticaron hipotonía muscular, que ella le había contestado al médico: No doctor… nada de hipotonía. Es que es un yogurín, mi yogur, dulce y blandito. 

La tristeza se extiende despacio como las sábanas. Este pueblo va apagando sus luces y esta niña, Susana, golpea todas las puertas con un bastón de luz de luna. Pituco ¿qué llevas en ese maletín enorme? Y el chico contesta que lleva el aire, la candidez de los peces del río que nos miran con sus ojos redondos hechos de miel y agua.

Porque la felicidad es eso exactamente. Y también esas mariposas amarillas que revolotean mientras escribo.

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