Opinión

Bióxido de azufre

Viví aquellos hermosísimos 18 años en León. Con esos años una yeguada te galopa el pecho o piafa disparatada. El deporte, el teatro, las amistades, los claros de luna en Ordoño II eran lo más mágico que podrías encontrar. Incluso una sencilla fiesta en Renueva te abría el alma en dos y te lanzaba hacia un espacio infinito y azul. El autobús siempre paraba en Mariano Andrés. Miraba tu ventana con luz mientras el conductor con un empellón me la arrebataba ¡Qué tonto!

Mi flequillo sobre la cara más ingenua del mundo me daba un aspecto de John Lennon, decían mis amigos, y yo iba y me lo creía. Entonces podías creértelo todo: que mayo del 68 cambiaría el mundo para hacerlo habitable y confortable, que el futuro no empezaba hasta que llegases tú con tu carrera impecable y tu ilusión impoluta, que Papalaguinda sería para siempre el escaparate de las fantasías. Abilio me arreglaba el nudo de corbata y José Luis, aún más inocente que yo, atravesaba la calle Capitán Cortés frotándose el dorso de los zapatos contra el pantalón de campana. ¡Qué bobo!

Entonces la ciudad no tenía nubes. Bueno… no lo recuerdo. Cuando pienso en aquel tiempo lo recuerdo a pleno sol. Ya sé que llovía y que te mojabas la blusa y que te ponías… caramba... Pero sólo te veo envuelta en el amarillo y dorado fondo de aquel tiempo, todo nuestro. Hacíamos teatro. Nosotros formamos la compañía “La Pipa de Kif” y el padre Carlos de Villapadierna venía siempre a vernos en aquel salón de actos y recuerdo que nos explicaba su envidia: vosotros hacéis, nos decía, lo que es mentira como si fuese verdad. En cambio nosotros… explicaba mientras su cara se entristecía, muchas veces hacemos lo que es verdad… como si fuese mentira ¡Qué fraile más chulo!

Un día nos despedimos y ya no “quedamos” porque teníamos cosas que hacer. Y estuvimos haciendo cosas y cosas y cosas durante tantos lustros que cuando el año pasado volvimos a vernos se me cayó el alma a los pies: calvorotas, gordos y con tirantes o señoras con el carrito de la compra… Si lo sé no voy. León, incluso, se ha convertido en una ciudad extraña. Entonces cuando veía el San Marcos, si me fijaba bien, aún estaba en una de sus ventanas Quevedo recluso y castigado como hace siglos. La catedral, San Isidoro… todos tan limpitos ahora, pero tan falsos sin la mugre que dejan los siglos; es como si los entendidos en cultura nos hubiesen mangado la cartera del bolsillo posterior del vaquero ¡Qué cara!

Menos mal que nos queda el Barrio Húmedo y nos podríamos echar unos lingotazos fresquísimos de cerveza con limón, como entonces. Aquel día en el que, y no quiero señalar, algunos cogieron tal cogorza que mirándole a los ojos al ejemplar Guzmán le increpaban: ¡tú serás Guzmán pero…buenos… nosotros sí que estamos buenos! Mientras el héroe de la estatua impertérrito nos señalaba turbados, atónitos y desorientados cómo debíamos volver a la calle Corredera donde mi madre estaba ya dispuesta a darnos unas rosquillas, unos hojaldres y el Sermón de la Montaña ¡Menudas madres!

Ha sido muy bien estudiado que el mal de la piedra de los monumentos antiguos está originado en el Bióxido de azufre de la atmósfera, pero… ¿qué origina esta emoción que me produce, todavía, tu nombre?

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