Opinión

Botón de nácar

A través de los siglos hemos tenido la sensación de que alguien nos vigila. Creo que desde siempre intuimos que aquello a lo que llamaron “luna” no era un astro sino el monóculo de Dios. 

Si miras el mar lechoso y azul mientras chapoteas su orilla, tienes la sensación de que ese gigante húmedo intenta abrazarte. Viene y luego se va, y vuelve y huye como una amante tímida. Cuando menos lo esperas te echa por encima  sus brazos de escarcha. Sus besos de espuma y arena te precipitan en su vientre húmedo. No temas. Sólo es el agua. Se hincha en la pleamar o descansa babosa en la bajamar. O puede que sea el pulmón inmenso de aquella luna que te mira, ahora,  sin pestañear desde el horizonte.

Hoy me han dicho que se discute si la humanidad  ha  llegado a la luna. Creo que sí. Sólo hemos de preguntar. Por ejemplo puedes preguntarle a mi amigo Percy. Cuando Esther recoge los libros de geografía y los va poniendo  pausada e impecablemente en su mochila gris, entonces él se queda mirándola pasmado ¿Qué haces Percy? No…sólo estaba en no sé dónde. Claro…en la luna.

¿Y si  le preguntamos a la zorra? La zorra ocre y marrón de los cuentos infantiles también ha estado en la luna. Cada vez que pasa el pequeño puente  mira el agua del riachuelo y siente un deseo irresistible de comerse el queso redondo y blanco que parpadea en el fondo.

¿Le preguntamos al gato? Mira hay un gato subido a la jaracanda para ver más cerca la luna. Seguro que sueña su infancia corriendo tras el ovillo de lana fofa y plateada.

 ¿Y al buey mansurrón y pardo? Al buey  de mirada somnolienta  ya no le dejan soñar con la vacada. Entonces era un toro. Ahora  le han destripado el amor y sólo le dejan la parsimonia. Pero ellos no lo saben. No saben que  sueña su vaca redonda y blanca que se apacienta de nubes y de moras y de prados de hierba fresca y rasposa.

Y… ¿al hombre de las cavernas? Hace muchos siglos, perdido en medio de la sabana,  el ser humano, ocurrente y apretado por el hambre, discurrió la agricultura. Mirando al cielo vio cómo aquel redondel blanco podía explicarle con la cantidad de brillo el mejor tiempo para sembrar o recoger la cosecha, para cortar la leña y conservarla. Fue fundamental en su vida el ciclo de las lunas. 

Mayeya se ríe de mí cuando le formulo la pregunta: ¿Hemos subido allí hace cincuenta años? Claro… mira que eres inocente. Me enfado y demuestro precariamente que llegamos: “Yo lo vi en la tele en blanco y negro de mi abuela. Una tele Phillips”. Para mi aquel pie en el mar de la tranquilidad representa un gran paso para la humanidad. Pero ella teme, aunque  no me lo dice, que efectivamente hayamos ido… pero a darle un “pisotón” al universo.

Creo que siempre hemos estado allí. Por lo menos Percy, la zorra, el gato, el buey enamorado y yo.

No me he olvidado de preguntarle a Miguel Hernández, el mayor “Perito en Lunas”. Pero el viento del pueblo me dijo triste que ya no estaba. Sólo se oye el chirriar de la chicharra  en este campo caliente de este julio feo.

Ahora ya es tarde y la noche se abotona su mandil negro con el botón de nácar.

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