Opinión

El corazón es un tren de cercanías

Me gusta ver cómo te subes al tren de las veintitrés treinta con ese desparpajo y ese bolso marrón que te compraste en el mantero que te llamó “señora guapa”; y esos zapatos de ante que te abrigan muchísimo más que las sandalias que te quedan tan bien y que se han puesto prehistóricas de tanto usarlas.

Entonces arranca el tren y aunque levanto las manos para despedirte ya no te veo y sólo te intuyo buscando el asiento mientras miro correr, entre la niebla, sus luces a toda velocidad y escucho los discursos en inglés de la azafata.

Cuando no estás paseo temprano la ciudad que se despereza como una niña que pide le hagan ya, pero ya mismo, las trenzas que le teje su madre con primor y una colonia barata. Es tan temprano que los pájaros carraspean aún adormilados y en pijama.

Lo que más me gusta es pasear las plazas. Sus quioscos están cerrados y aún dormitan los faroles borrachos y las begonias tras las mamparas.

Escucho los pasos, los míos, claro, y me parecen ajenos como si viniesen de antaño. Como si fuesen a algún sitio y ya sabes que eso es falso. A dónde puedo caminar si cuando te vas, incluso por un rato, se hace un hueco en el mundo que sólo tú puedes llenar de bromas ingenuas y jerigonzas disparatadas.

Levanto las solapas de este abrigo gris y viejo, el que me compraste en aquel almacén gigante, en la entreplanta. Creo que estaba en la calle Serrano. Y te reías de aquella talla grandísima y yo me empeñé en comprarlo. ¿Sabes por qué? Supuse que se le habría quedado pegada aquella, tu carcajada.

Ahora mismo están regando en la esquina, bastante lejos, los suspiros indómitos de los jóvenes, sus baladros, los aplausos, ese vivir por vivir que ya no es poco, ese botellón que se hace ilegalmente a los quince o a los dieciocho años. Y quisiera volver a entonces, a ese tiempo en el que todo está prohibido, en el que llegas tarde a casa y tu hermana se chiva para que te monten un follón o te lo negocia para que le guardes su secreto, el que esconde en aquella caja de los bombones blancos. Y tengo envidia de no poder tomarme un trago contigo, furtivos e ilícitos, escondidos en el rellano.

Y si no estás y llueve entonces todo es más complicado. El agua que viene racheada por el viento huracanado se pone a darme un beso de tornillo mientras me escapo. Pero ella me persigue y al final me lo da con lengua como si estuviésemos enamorados. Y ¿qué puedo hacer sino dejarme querer por esa mujer líquida y fría que me acaricia con sus manos de agua mientras se me cuela en los zapatos?

A veces es tan de mañana que pasa un hombre en zigzag y observo por un momento como serpentea. No me pregunto de dónde viene ni quién le amó hasta que rayó el alba. Sólo veo cómo duda y titubea. A lo mejor sólo siente miedo, tiembla y se balancea. Es, como tú y yo, un ser humano con un billete de tren de tercera.

Sólo te escribo esto por si puedes volver pronto. ¡Ah!, y si es por la mañana dame un toque al móvil para que yo sepa que ya estás aquí y que ha retornado la magia. Esa que te llevaste. Y desandaré las calles vacías para verte correr hacia mí…por el andén de la estación nueva, y nos daremos un achuchón, si te parece, como en las pelis en blanco y negro… de madrugada.

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