Opinión

Déjame llamarla Venus

Si estuviese yo encargado de ponerles nombres a las cosas, a la tarde llamaría tarde y a las golondrinas que ya se marchan las llamaría sólo golondrinas o a lo más… vencejos si han olvidado su pajarita roja. No cambiaría nada de nada. Pero a Ourense, que me tiene embelesado, seguro que le cambiaría el nombre y la llamaría “Venus”, aquella del espejo.

Esta tarde, ya fofa, aún se recuesta sobre las escaleras del jardín de tu placita en este pueblo gigante al que tanto quiero. Un sol cansado o a lo mejor viejo se coge de las faldas de la vendedora de leche, que se pasea inmóvil por el Paseo. Es domingo y todo el mundo se pone señoritingo: las niñas de diecisiete sus vaqueros rotos y las señoras volviéndose setas que están a punto de reventar en las otoñales cunetas, achaparradas bajo su sombrero. Sombreritos bucket con estampado de serpiente, o con cinta a contraste, o simplemente de lana y fieltro, o de crochet, o una gorrita blanca que también estará a juego.

Apenas si llueve, a no ser unas chispitas minúsculas, de vez en cuando, sin convencimiento. Los señores no llevan sombreros sino unas preciosas calvas. La ciudad, ella tan coqueta, va llenándose de hojas amarillas, de un olor a gris perla, de encantadores ancianos que escuchan con melancolía el canto vespertino de los pequeños pájaros que se columpian sobre aquel último rayo de sol del invierno. Unos hombres de negro llevan carteras y un perro. Pasan tres soldados, una señora maestra y un muchacho de Melón, creo, disfrazado de bombero.

El municipal quiere cerrar el jardín y siempre pasa lo mismo. Él grita: ¡Voy a cerrar…que cierro…que cierro! ¿Queda alguien? Y los chicos de la universidad, de esa casa de hierro, le contestan bromeando: -¡gente!- Y… ¿qué están haciendo? Y entre risas se oye -¡gente!- y resignado el hombre de azul dice que el mundo está gamberro.

Una ambulancia se asfixia chillando exagerada y metiendo miedo. La gente charla de aquello o de esto o puede que lo hagan del resultado del baloncesto. Un running pasa corriendo escuchando su música preferida o hablando con su amor que vendrá luego.

En la catedral hay misa y cruzan las dos monjitas por aquel paso de peatones que está cerrado, pero quieren llegar primero. Se enfada el guardia y chifla un chiflo de color de plata que le regaló su señora un precioso seis de enero.

-¡Qué bonito que es Ourense! Me dicen convincentes en el hotel. Debe usted volver más veces. Me lo dicen a mí que vaya donde vaya, como las golondrinas de arriba, siempre vuelvo.

- Eso por supuesto, porque en ninguna ciudad del mundo entero, la gente nos da más mimos, familiaridad, chuletones de ternera y un rico bacalao al ajo arriero. Un vino más generoso, un queso de tetilla con sabor a beso, ni entrantes tan sabrosos, ni mejor pescado fresco.

Venus porque tiene los pies de agua y tres ríos, cinco puentes y una niña lavando las enaguas con las aguas termales del Tinteiro.

También se llama Venus el planeta que gira, siempre gira, pero que lo hace lentamente en sentido contrario a los otros planetas que apenas saben de Astronomía.

Yo la observo desde esta escueta ventana. Y si me preguntas ¿tú quién eres? Te diré que sólo soy este vidrio en el que se refleja Venus, Afrodita, los viernes por la mañana.

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