Opinión

Desnúdese, por favor


Las cosas han cambiado mucho y para bien. De todas formas, hoy que ha empezado ese frio morrocotudo, me he ido al bar de la esquina y me he tomado un cafelito descafeinado con leche. Entre sorbo y sorbo, se va enfriando este riquísimo líquido que mi amigo el camarero, me calienta a tope. Quiero pensar que lo hace para que vaya entrando en calor, aunque a veces pienso si lo que pretende, más bien, es quemarme el bigote.

Hay poca gente esta mañana y me pongo a pensar, más bien meditar, en cómo ha cambiado este país. Es una gimnasia muy recomendable para ver de donde partíamos y donde estamos. A estas horas habría, de aquella, un montón de obreros de la construcción pidiendo un aguardiente con hierbas, tal vez un licor café para ir haciendo boca. Si fuesen un maestro de escuela o un secretario de ayuntamiento degustarían un sol y sombra que metido entre pecho y espalda les supondría, creíamos, una energía extraordinaria para afrontar lo que fuese. Entiendo que con la nueva cultura eso se fue al carajo y ya nadie pide un carajillo, que, por cierto, nunca supe si venía a ser un café con brandy o un brandy con café. 

Desde aquí veo como se arremolina alguna gente que avanza como una procesión embelesada que con máscara o sin ella van subiendo hacia el Centro de salud. Tiempo de catarros, gripes o yo qué sé. También me viene a la memoria aquellas historias de médicos y pacientes que entonces eran muy famosas. Pancracio se acerca, me pone un puñado de cacahuetes y me cuenta, con sandunga y algo de falta de mesura la entrevista clínica que realizó, en aquella época, el bueno de don Sufragio: 

Venía aquella mujer mayor algo indispuesta, a que le arreglasen sus goteras, cosa natural. La acompañaba su hermosa hija que estaba algo exagerada en maneras y en formas, compuesta y un pelín ostentosa para la ocasión. Vio el doctor a la pareja que le explicaba que era un problema de mal aliento e inmediatamente se dirigió a la jovencita diciéndole:

-Desnúdese, por favor.

-No… la enferma es mi mamá.

-Ah, bueno… ¡abra usted la boca!

Está claro que no era aquella una generación tan culturizada como ahora, le digo a mi amigo de tasca, y las anécdotas reflejan aquel mundo que hoy nos parece iletrado, indocto y bastante atrasado. Aunque, la verdad, se me ocurre que a lo mejor no era tan inculto sino bastante inocente. 

Pone mi amigo Manolo el plasma y en la tele la guerra es un montón de malas noticias. Dándose cuenta cambia de canal y pone, bajita, una canción indie que me gusta y sin querer pienso que hoy estamos un poco nostálgicos, de aquellas canciones de cantina. Uno cualquiera se arrancaba con una mejicana, supongamos, y todo el mundo se liaba a cantar a troche y moche y a demostrar que cantaba mejor que su vecino. Alguno siempre era muy bueno o porque había entrenado en el coro del seminario o porque su padre tenía un transistor de cinco pilas o un tocadiscos que le habían traído de Francia.

Es preciso cambiar, aunque nos enfade. Conviene reconocer que se hace imprescindible cambiar lo viejo por lo nuevo. Como dice acertadamente aquel axioma paulino: “Conviene despojarse de lo viejo”.

En fin… hágame caso, desnúdese, por favor. 

Te puede interesar