Opinión

El día en el que ya no estabas

Si amas hazlo despacio como crecen los sarmientos, los hongos, las endivias, las adelfas y las jaras. Como se levanta despeinada la luz de la mañana. Así tendrás la seguridad de que un día de lluvia, supongamos de un otoño, que puede ser éste, en el que sopla el viento y lloran con lagrimones todas las ventanas, alguien volverá a traerte aquí redivivo en la nostalgia. Y te dedicará un verso: “A aquel desconocido” que tanto nos enseñaba.

Ya no estás aquí ni tú ni aquellos otros. Sois una fila demasiado larga. De todas aquellas mujeres y aquellos hombres con quienes compartí eso que llaman educar desde la infancia. Os partisteis los pechos para enseñar a los chicos la tabla de multiplicar, dónde se halla el encéfalo y la escápula, qué se hicieron de los godos, y todos los afluentes del Miño, del Danubio y de aquel regato que nadie sabe cómo se llama. Y todos erais gente estupenda, los mejores profes, las más chulas “seños” y catedráticas. 

Aunque nadie pregunte ya por ti, ni por ellos, ya sabes que os habéis ido quedando en los tinteros, en las tizas de colores o los mapamundis enrollados por el suelo. Y un día os fuisteis yendo, cuando os llamó el equinoccio y por eso, se cayeron de los árboles, amarillas, verdes y ocres todas las palabras con las que enseñabais a contar las sílabas, los enteros, las historias, los químicos compuestos, y el número de noches en las que salía la luna y se acostaba en aquel pozo del herrero. 

Me gustaría que estuvieses para tomarme un café contigo, echarnos luego un cigarro prohibido y una copichuela amarilla, esa de hierbas que se mixtura con enebro, hinojo, una chispa de romero y otra de salvia. Y luego me dirías riendo: pues ahora te invito yo a una de gambas.

Ya sé que a veces te confundiré con aquel que pasa titubeando al caminar con tanta prisa. Todos los que pasen inseguros, temerosos del futuro, perplejos, inconstantes… me parecerán que eres tú. Pero sólo al principio, después me daré cuenta de que te has evaporado sobre el asfalto caliente del bulevar como una gota de agua. 

Mira que habías sido importante para todos nosotros, compañeros y amigos. Pero ya nadie dirá nada, ni preguntarán por ti y es lógico porque creíamos que estabas aquí, para siempre, con ese montón de vida que compartías, pero a lo mejor, ya no estabas. 

Nadie te busca ahora para jugarnos unas pachangas. En eso tengo razón: sólo fuiste, en tal caso, un adjetivo, una conjunción al final de un diálogo de sordos, un pretérito imperfecto o un diccionario que nadie ha abierto nunca por tu corazón de lata.

Dicen que hay un cuaderno en el que nos apuntan las faltas. Tú no tendrás ni una hoja marcada. Menos mal que por lo menos serás, seremos todos un verso a medio escribir en aquel cuaderno de rayas. 

Un diez en conducta. Qué maravilla. Pero a quién mandarán ahora esa nota avisando de que pasaron lista… y ya no estabas. 

Porque a veces creo que aquí nunca ha estado nadie y si ha permanecido algo de lo que tal vez fue, es lo que se ha quedado volátil, etéreo, impalpable… como permanecen esos retales sin hilos que son las nubes al rayar el alba.

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