Opinión

Dios en chanclas

Dios viene a dar su paseo por mi huerta a esta hora en la que sopla el viento de la tarde. Aparece de repente, como se aparece el amor sin decir nada, desde detrás de aquel almendro portugués y la albahaca. No me escondo. Ese ocultarse a Dios es un movimiento atávico que pervive desde que comimos la manzana. 

Le saludo cordial. Intento decirle algo, pero me callo porque me doy cuenta de que, en su omnisciencia, lo sabe todo. Pero no me lo dice y me pregunta como quien no sabe, como un chico de la escuela de esos que no traen bocadillo porque se les murió su madre en la guerra de Ucrania o en Sri Lanka. Como esa familia que con un pollo hace tres comidas, un consomé y una empanada. Como una mujer de tez oscura que la quieren vender como si fuese un juguete de feria, un chisme de plástico, un objeto del todo a cien, una piltrafa.

A punto de caerse de bruces esta tarde de julio, pasea Dios la hierba casi amarilla que empieza a agostarse. Unos cincuenta árboles frutales se pavonean frondosos y presumen ante sus ojos y ante el nogal gigante y fanfarrón que estira su sombra en la misma entrada. Goza conmigo de este olor múltiple que mezcla las frambuesas encarnadas con las flores naranjas, con el mirto y los gladiolos, los lirios, las rosas y esas que cuando no las riego se ponen malvas. 

Entonces me animo, y digo alguna cosa gesticulando y estrujando, en las manos, las palabras. Así me pongo a contarle lo mal que está el mundo, lo difícil que es para mucha gente llegar a fin de mes, la mala pinta que tiene el próximo octubre o noviembre, la factura del gas, las migrañas, este calor sofocante, el IPC, lo que se comenta en la prensa, a quienes va a fichar el Real Madrid o el Barça. Tengo la impresión de que me escucha siempre, aunque le cuente cosas sin sustancia.

No importa tanto el hablar, como el escucharle. Oír cómo va cantando su canción de agua en la acequia que baja azul y con irisaciones varias. Escuchar su voz hecha de los gorgoritos, ribetes, trinos y gorgojos de los pájaros que se ocultan pudorosos y avergonzados de visita tan sonada. 

Cuando se acerca la noche y veo que me deja y se marcha, yo quiero retenerlo y le pregunto dónde va si ya es tan tarde y me dice que a Emaús. Le pregunto qué va a hacer allí y me dice que partir el pan y hacerlo propiedad de los pobres, los indefensos, los diferentes y de los que no tienen blanca.

 Estoy seguro de que, aunque no me lo dice, luego irá, dalo por hecho, a tu casa. No tienes que adivinar cuando viene, que ya sabes que viene siempre, pero te avisará cortés y dulcemente golpeando con sus nudillos en el cristal de tu ventana.

La chopera de tu pueblo va bordeando el camino y los álamos mueven sus hojas verdes con el frescor enano que las hace estremecer colgadas de las ramas. Estate atento. Está a punto de llegar el omnipotente, todo bondad, omnipresente, esplendoroso, magnífico, un amigo para lo que haga falta.

Y ¿cómo es Dios? Es fácil reconocerle por su mirada dulce, comprensiva, un poco lánguida. 

Te parece imposible porque no ves ángeles, ni santos rodeándole con sus aros de plata. Hazme caso y fíjate bien no vaya a ser que te cruces con Él y no lo reconozcas en aquel que te parecerá un don nadie. Tal vez un señor bajito, con sus gafas de pasta y sus chanclas.

Te puede interesar