Opinión

Educar afectos

Hay ciertas cosas que nos estremecen. Fade to black. Cierras los ojos para no verlas y supones que si te concedes un tiempo y los abres… habrá desaparecido aquel horror.

Hay comportamientos de la sociedad actual que nos desconciertan. Es como si nos hubiésemos olvidado de que somos humanos.

Nos volvimos locos de remate. Aquel montón de gente en el estadio se puso a increpar a aquel chico. Creo que conviene darle a pausa. Congelar cualquiera de esas imágenes que nos conmocionan por inhumanas. Esos que gritan no son de un lugar determinado, somos nosotros. Ocurre sencillamente que el cerebro reptiliano, el nuestro, no el del vecino, se ha puesto a funcionar a tope y se ha apoderado de los otros dos cerebros.

Sería suficiente que al menos funcionásemos con el cerebro heredado de los mamíferos. De esta manera obraríamos con el afecto del gato, del perro o de la vaca de mirada lánguida. Si dominase en nuestro proceder este cerebro, seríamos mimosos como el menino, fieles como los cánidos, dulces como las cordiales partícipes de la vacada. Entonces trabajaríamos con el Sistema Límbico. La amígdala y el hipocampo casi nos convertirían en seres humanos.

Pero nuestro cerebro cuenta con el Córtex y el Neocórtex. Y los humanos tenemos capacidad para amar, para ponernos en lugar del otro, para convivir felizmente. Tenemos la posibilidad de entrar en un campo de futbol o de cualquier otro deporte para ver y gozar con la calidad del atletismo, remos, bádminton, ciclismo, fútbol, hockey, natación, halterofilia, triatlón, o vela… o ese deporte que nos enamora.

Cada deporte tiene sus reglas y el jugador las acepta. En baloncesto tirará desde donde toma el balón. No huye con él a su gusto. El deporte es precioso por la aceptación de las reglas y así se construye en arte.

Pero tengo la impresión de que vamos a los estadios con la irrenunciable voluntad de ver ganar, siempre, a nuestro equipo. Sea como sea, aunque fuere con trampas o amargando al jugador o jugadora para que no pueda pensar con tranquilidad. Ya en los propios centros educativos se hace lo que se puede con este tema, pero se puede poco. Educar es hacerlo en valores. No es educación para blancos, tampoco lo es para negros, ni para los que hablen mi idioma, ni para los que piensan como yo. Es educación para seres humanos.

Cuántas veces los propios padres de niñas o niños animan sus partidos con espíritu reptiliano. Ha de ganar mi hijo, se dicen convencidos. No saben que sólo ganará su niña o su niño si termina alfabetizada en afectos. Se acostumbrará a aceptar, si pierde, que es un ser humano y que la vida merece la pena si somos capaces de llorar con el otro y de reírnos con el otro y no “del otro”. 

Hemos de comportarnos como humanos. No es admisible que asistir a un estadio, sea una válvula de escape para superar nuestras personales frustraciones. 

Estoy convencido de que usted y yo, al menos desde ya, vamos a esforzarnos en aceptar a los otros, aunque nos ganen. Seguro que nos ganarán muchas veces, pero nosotros ganaremos siempre porque la solidaridad es el único engrudo capaz de soldar esta sociedad de gente que grita siempre. 

Nadie es mejor que nadie, todos somos diferentes. 

Hay que ser humanos.

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