Opinión

El hombre devastado

Hoy han visto un preso. Con botas negras chapotean por el camino el cabo y dos guardias. Dicen los niños que aquel señor haría una cosa mala. Para los más pequeños cosa mala es robarle un nido a un pájaro, coger el azúcar a la abuela o una galleta de la caja de lata. Tampoco es bueno fumarse un cigarro. El charol de sus tricornios rebota el agua. Todo se ha puesto triste y la mañana de este viernes, se recuesta en todos los charcos taciturna y ensimismada.

Llueve a rabiar. Con la mayor naturalidad los chicos han colocado un bote que marca un ritmo monótono. También por una de las ventanas con los cristales cuarteados entra el agua. Le han puesto una hoja vieja de periódico, pero sigue entrando como si nada porque el agua a estas horas se comporta como una adolescente y hace lo que le viene en gana.

Los más pequeños se esfuerzan en copiar aquel dibujo que les he pintado en la esquina del encerado. Lo hacen despacio y sacan la lengua como hace la costurera para que les quede bordado. La verdad es que lo que me enseñan no se parece mucho a lo que les he pintado, pero les echo una sonrisa y les digo que muy bien, que ánimo. Y se van contentos a sus puestos. Entonces soplan, se frotan las manitas y vuelven a sacar lo más perfecto que pueden aquel gato.

Me doy cuenta de que aquel hombre con sus manos atadas es una y otra vez el comentario desolado entre mis estudiantes de primaria. Quiero decirles que todos nos equivocamos, que conviene respetarse y que sea cualquiera el delito hemos de ver al que lo comete como un hermano … pero no hace falta. No hablan del delito, hablan de que tendrá frío y preguntan si le dejarán calentarse en la estufa de hierro del cuartel que hay en la plaza. 

A las niñas mayores lo que les gusta son las matemáticas y se pasan la hora con sus raíces cuadradas y borrando. El olorcillo a goma es bien guapo y discuten entre ellas si es más chulo el de aquel jabón verde que se va disolviendo en el palanganero, con aquel nombre… de Pravia. A las y veinticinco cierran sus cuadernos de dos rayas y escuchan cómo les habla el maestro. A veces es una historia, a veces una noticia, a veces una charla de ética o una romanza. Hoy guardo silencio y dejo que eso que hay en el aire les cale muy profundo: que somos todos humanos y a veces se nos quiebra, como si fuera de terracota, el alma.

Hoy el recreo lo hemos tenido dentro de aquella sala con las tablas de madera contrachapada. Arrimamos los viejos pupitres y hacemos un espacio en el que las canicas se persiguen, se golpean y a veces se estampan y se parten porque también son de barro. Los chicos las muestran, las comparan, y montan tal follón que para detenerlo el maestro ha de simular que se enfada. Pero es mentira, cómo enfadarse con aquella alegre algarabía, con aquella niñez alborotada.

Caída la tarde, más bien desgreñada, van escapando de casa en casa guareciéndose, a trozos, bajo los tejados amplios, los balcones o las terrazas. Y juegan a correr y sienten que la lluvia más les persigue y cuando menos lo esperan les agarra. El agua es una mano pulposa que les aprisiona por los tobillos y los empapa.

Pronto llega la noche, casi de repente, húmeda, y un viento racheado la siembra con sus manos ásperas y blandas. 

Te puede interesar