Opinión

Uno, dos y tres, escondite...


Las niñas y los niños juegan en el parque y siempre chillan su canción: una, dos y tres… escondite inglés.

Eres ese árbol que se cimbrea a la caída de la tarde. Se ondula, se mueve, y se agita cuando lo azota el aire. Eres esos pétalos secos que aún guardamos en aquel libro que aún no hemos escrito, ni pensado, ni soñado porque no tenemos tiempo porque tú, siempre huyendo, nos ocupas por completo. 

Sólo con imaginarte nos ponemos a quererte. Abrimos esta antigua ventana y allá a lo lejos nada vemos sino a ti columpiándote en el infinito. Eres una planta liviana, voluble, tal vez sutil, pero el cierzo no puede contigo y sólo consigue moverte grácil y etéreo. 

Esta bola de tierra y fuego, sin ti, sería nada… un planeta que gira y gira como la peonza en manos de un chico hasta que ya cansado, guarde su cuerda en su camisa a cuadros o en el pantalón vaquero.

Y… qué sería de nosotros sin la esperanza a la que agarrarnos como se agarran los ángeles a la trenza china que vemos en los tebeos. Sería un erial, un campo seco, un puro desierto sin dromedarios ni camellos, sin palmeras ni yucas en ese huerto seco. Qué tontería… Te cimbreas a la caída de la tarde. Te ondulas, te mueves cuando pasa todo enamorado el céfiro. Eres esos bichos, esos reptiles verdosos, una salamandra, o un cangrejo o dos grillos debajo de aquel seto, eres la helada que se posa sobre los helechos…

Qué guapo se te pone el rostro en esta primavera. Cuando extiendes las tormentas con tus dedos de fabricar los ruidos y muy despacio rompes el silencio y resuenas como un millón de jícaras que se caen por el suelo. Así, también, nos caeremos nosotros, los humanos, ingrávidos y vivientes inexpertos, como esos muñecos de trapo que cuelgan en sus carteras las niñas que ya acabaron sexto. 

A veces nada te decimos, porque te suponemos un puro invento de los monjes, todos los abates y unos señores de negro. Lo nuestro no es ponernos serios y nos tomamos un café cortado con cualquiera para que se aligere el tiempo. Y nos reímos, los humanos, de nada, de una tontería, de un señor que hace magia con una vela y un mechero, de la mujer del tiempo que quiere explicarse, pero no le conceden tiempo… de nada, de todo, de lo bien que bailas ese foxtrot que me hace creer que eres un árbol, que se ondula y se mueve con tanto salero.

Bueno… eres cada rama de ese huerto, cada regato que baja sollozando por el viejo sendero, cada anélido y cada insecto, cada pájaro que pinta con sus sonidos millones de pentagramas y dos sonatas, tres sinfonías, en fin… la mejor música BSO y encadenando en arte mayor… un terceto. 

Te cimbreas a la caída de la tarde. Te ondulas, te mueves y te agitas cuando pasa suave y harmonioso el viento. Eres esos pétalos secos que aún guardamos en aquel libro que aún no hemos escrito, ni pensado, ni soñado porque no tenemos tiempo porque tú, en verte y quererte, nos ocupas por completo.

En ella, en la naturaleza, esa madraza que nos alimenta con sus pechos grandes, te nos ocultas y a veces te muestras. Tú, Padre nuestro, señor que dejas caer tus lágrimas como lluvia para hacer grandes los riachuelos. Eres uno, dos y tres… y jugamos a no verte y puesta la venda en los ojos, a pillarte. Pero qué somos sino esos chicos que juegan en el parque.

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