Opinión

Si eso... Te escribo el domingo

Ya te has dado cuenta. El periódico reposa sobre la mesa enclenque y espera que alguien llegue y lo tome de nuevo. Que lo abra de par en par, que lo ame tres minutos a corazón abierto y que luego, ya leído, lo rechace por pretérito y antiguo.

Los periodistas, cronistas de lo efímero, son plantadores de noticias, hortelanos, aparceros de lo más nuevo. Pero entonces sopla un viento del desierto, un huracán inesperado que todo lo reseca y lo envejece, y lo que fueron reseñas, crónicas, informaciones… son sólo un montón de jilgueros muertos. 

Yo, en cambio, más que escribir cuento historias increíbles que estaban escondidas debajo de tus pestañas. Tus ojos, preciosos cervatillos, saltan por mi escrito y voy y me emociono porque a los que escribimos sólo nos queda eso: la esperanza de retener tu mirada un minuto, como retiene un pajarito que antes volaba, aquel niño.

Aunque sólo me leas una vez a la semana, voy a seguir escribiéndote estas seiscientas treinta y ocho palabras. Escribiré a mano en este papel blanco y ahuesado. Y será domingo y tendrás mis pensamientos livianos, con los que, más tarde, envolverás unos hierros oxidados o aquellas flores que se pusieron viejas en la esquina del cuarto de invitados.

Aunque sólo me leas a hurtadillas, pensaré en ti por la mañana y al afilar mi lápiz HB con el que te escribo y te sueño y te dibujo. Y así serás un garabato, una raya y si te parece bien, la nostalgia, un soplo del aire en el balcón, mi gato tricolor, y un gemido.

Para que me leas, voy a meter las palabras que te mando en la botella de cristal del tiempo y las tiraré al mar o si soy muy pobre las tiraré al rio. Y bajará la botella siempre al océano azul y bravo en el que se ahogan tres barcos de velas blancas y un tiburón azul al que se le clavó en la garganta una espina de color rosa y un quejido.

Aunque no me leas y prefieras esa novela insufrible para llevarla bajo el brazo, seguiré llamándote desde esta página impar como si fuese un escritor de esos tan importantes, que estudian los chicos. Te diré una y otra vez lo que me parezca bien de los escarabajos negros, de la primavera enflorada, de que ayer fuiste al parque y no encontraste a tu amor por ningún sitio.

Ah, pero si un día me lees e imaginas cuanto te cuento y te digo, me sentiré un escritor de los verdaderos. Y, en premio, no voy a ponerte un piso, pero te pondré un montón de besos colgados del aire, y una yincana de cariños y te suscribiré para siempre a mis ternezas y a los galanteos que guardo en la caja de los suspiros. 

O puede que no. Que no te interesen los verbos ni los adjetivos, las metáforas, los diptongos y los versos de pie quebrado, ni los algoritmos.

Si eso… Vendré a esta página del medio y te seguiré escribiendo en la mañana del domingo, y por arte de esta magia, las nubes que ves que se rompen en el cielo, no serán sino niñas con tirabuzones, o caballos de cartón, gigantes y cabezudos, norias de colores, cohetes, músicas y explosiones, dos guardias sin su porra, una dama con sombrero y abanico, confetis, vendedores de cupones… y te dejaré subir para que seas la azafata o el piloto de este avión de papel que yo fabrico. 

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