Opinión

Por si esperas el aguinaldo

El frío baja escribiendo poemas desde la alta montaña, con endecasílabos de escarchas, alejandrinos de heladas, y sonetos de nieve virgen que se posan perezosos en el alfeizar de tu ventana.

Quisiera tener una pluma hecha de aquellas con las que vuela la golondrina, el vencejo, el urogallo. Pero la pluma ni siquiera es de una oca bellísima o de un cachazudo pato. Más que pluma es un bolígrafo con tinta para cien folios, con letra grande y perpleja como escriben los no iniciados.

No tengo esas ideas brillantes de los escritores de ringorrango. Pero al menos debería tener la luminiscencia de la luciérnaga que humilde se apaga y reverbera. Pero henos aquí sin otro título que el de ser unos cualesquiera, unos mindundis que se atreven a escribir resumida la historia de aquel muchacho. 

La relación con su madre, pues como se espera de un hijo, es decir impecable. Recuerda cuando fueron a la boda de aquellos vecinos pobres a los que no llegaban los cuartos para invitar a un buen vino del Riveiro, Valdeorras, Monterrey, un Ribera del Duero o uno, supongamos, de Quiroga o de Betanzos.

La madre se le acerca, para una confidencia. Que hará bien en fijarse cómo los enamorados novios tienen aquel problema con el vino que da a corcho y está un poco agrio. Y Jesús que sabe que los adolescentes, como es él, se expresan con altanería finge displicencia, tras una leve sonrisa para no hacerle daño:

-A ti y a mí, ¿qué nos importa si sólo somos invitados? 

-Haced lo que él os diga -dice la madre y lo dice porque intuye el poder de aquel muchacho a quien el Padre puso en sus manos como un bebé corriente, que aprendía, como cualquier niño, de mirar con ternura los ojos de su madre, de sus cariños, regañinas o halagos.

Siempre se mantuvo cerca para ofrecerle apoyo, un cariño maternal, que es igual que decir amparo… pero nunca interfirió en los planes que tenía de ayudar a los humanos. Un hijo debe tomar decisiones que a veces desconciertan a aquellos a los que amamos.

-Mira que están ahí tu madre y tus primos hermanos -le dijeron, un día, por avisarlo.

-Quienes aman a los vulnerables como yo los amo y se perdonan mutuamente las ofensas… esos serán mi madre y mis hermanos.

Su palabra se expandía, se estiraba y se desplegaba como se tiende la colcha de la mañana sobre el horizonte, con rayos de luz, zigzagueo de gorriones, un aroma de albahaca y nubes de algodón blanco. No era a Godot sino al Mesías, a quien estábamos esperando.

Gozó feliz la Virgen de tenerlo en su regazo cuando nació aquel invierno, prácticamente al raso, pegado a la tierra y cubierto de mimos de José, de los pastores y de la magia blanca de los magos.

Y ya no estuvo nunca más en su regazo hasta que después de entregárselo al mundo, se lo devolvimos roto, hecho añicos, triturado… Lo abrazó tiernamente y se hizo una dulce Navidad, para quienes creen que volverá el día menos pensado. 

Mientras reciben las niñas y niños ese montón de regalos, seguro que a ti te vuelve la ilusión de aquellos besos que un día, suaves, cálidos y delicados, te dieron y serán tu aguinaldo. 

Celebra que, de nuevo el 25 de este mes y año, nace el Niño-Dios en el portal de tu escalera, junto el cuadro de contadores, ahí mismo, en tu propio barrio.

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