Opinión

El fraile morisco (III)

Parece que había sido ayer cuando acompañó al viejo Gabilondo hasta la Tabazoá de Humoso. Pero aquel chico de pelo rojo y ojos azules mostraba, ahora pasado tanto tiempo, una barba poco cuidada y un aspecto añejo, una marca en el pómulo derecho que cantaba de lejos una lucha encarnizada con aquellos arcabuceros, y una barriga de más vino de purrela que de aquellos escogidos pellejos.

-¡Esmirriada! -gritó de aquella manera como lo hacen los casados viejos a aquellas sus mujeres, madres de sus lobeznos.

-Lo será tu madre, que ya no soy la flaca que engañaste detrás del nevero de aquel convento.

Colgó de aquel clavo lo que llamaban los 12 apóstoles de los Tercios, desabrochó el cinto de cuero y se dispuso a dar el visto bueno a aquel gallo que le habían regalado aquellos, que eran tan buena gente, los de Fornelos

Gustaba de bromear tan así, a lo bruto, Nasir, el alférez de aquel destacamento. Luego con mejores modales le preguntó por la comida. Pregunta adecuada ya que un agradable olorcillo venía avisando por el ventanuco del pobre alojamiento, en el que también moraban sus queridos hijos, dos niñas y un gamberro.

Colgó de aquel clavo lo que llamaban los 12 apóstoles de los Tercios, desabrochó el cinto de cuero y se dispuso a dar el visto bueno a aquel gallo que le habían regalado aquellos, que eran tan buena gente, los de Fornelos.

Y cuando mejor estaba, comiendo aquellos muslos que pringaban sobre la madera de aquel escaño tan mugriento, se oyeron las patas de los caballos, que pateaban con fuerza sobre el empedrado que hay cerca del huerto. Dio un bote, colgó los pequeños tubos de madera cruzándole el pecho…mientras desenvainaba el espadón y vigilaba por el agujero.

Eran un Inquisidor y su palafrenero. Le reconoció, cómo no, de aquella época de los canónigos viejos. Se dieron un abrazo y le invitó a comer parte del pollo que humeante les esperaba de nuevo. La esmirriada le hizo muchas reverencias, algo exageradas y acercó al criado del eclesiástico, de aquella ave de corral, no más que sus amarillentas patas y una sopa chirla que engulló sin rezar las oraciones, ni las alabanzas al cielo.

No fue agradable la visita para el morisco. Precisamente por eso y porque suponía que los eclesiásticos, nunca olvidan si eres cristiano nuevo o cristiano viejo. Y así… lo más cordialmente que pudo le dijo con recelo:

-¡Qué alegría volver a verlo! Me pregunto qué misión secreta traéis por estos montaraces desiertos. 

-“Inquisitio heretice pravitatis” -farfulló el perseguidor de herejes mientras masticaba un ala y ponía allí un eructo y un bostezo-.

Contó el inquisidor que el rey, a quien Dios guarde, estaba enfermo de problemas en la piel y picores, lo que llaman erisipela los doctores. No entristeció la noticia al que había sido novicio, pero que fuera un moro de chico

Terminado aquel almuerzo, poco remojado de vino ya fuere por moro o por pobre, rieron, contaron chismes, y hablaron de mujeres de mala vida, por lo bajo como dos tahúres ebrios. 

-De esta vida sacarás panza llena y nada más -tal vez pensaron para sus adentros-.

Contó el inquisidor que el rey, a quien Dios guarde, estaba enfermo de problemas en la piel y picores, lo que llaman erisipela los doctores. No entristeció la noticia al que había sido novicio, pero que fuera un moro de chico. 

Entonces murmuró: Podría alegrarme de su mal por expulsarnos de Al Ándalus o dispersarnos desde Puerto Morisco. Pero prefiero pensar en un mundo que sea para todos, cristianos, judíos, y moriscos. 

-Cuántas vueltas da la vida -explicó Nasir deseando se fueren por donde habían venido-.

-Hiciste bien convertirte en fraile para disimular la antigüedad y el abolengo. Muchos lo han hecho y se libraron de irse a Túnez ya fuese por ser doctores en leyes, obreros con fundamento, e incluso médicos.

-O también clérigos -dijo Nasir guiñando el ojo izquierdo-. En estas tierras no encontrarás un cristiano viejo y si lo encuentras será sólo uno o un par de ellos que ejercen de párrocos sin meterse por chivatos, en más jaleos.

Venía desde Reigada, Castiñeira o Chaguazoso una niebla minúscula, como si respirase enojado el cielo, y en ella se perdieron cual dos espantos, el inquisidor y su palafrenero.

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