Opinión

El insólito regreso de tilde

La Real Academia de la Lengua nos da permiso, ahora, para escribir sólo o solo. La soledad es un erial, un páramo, una pradera seca. Sólo cuando te sientes solo puedes mirarte por dentro acercándote al brocal de tu propio pozo. Miras y allí en el fondo crees descubrir el abismo, el fin de la oscuridad, un desconocido que se ahoga. Entonces estiras los brazos para darle tus manos y sacarlo de ese desastre inhóspito. Y el hombrecillo que has visto al fondo estira también sus miembros y lo sacas de golpe.

Entonces sientes miedo porque aquel que quieres sacar de tan abajo tú lo conoces. Te mira agradecido con sus ojos lánguidos y esteparios y te percatas de que lo conoces desde hace mucho tiempo. Te da miedo verlo demacrado y solo. Parece un petimetre, un muñeco de plástico roto, una planicie de soledad triste y sin árboles frutales. De pronto te asustas porque aquel al que has sacado de la soledad eres tú mismo.

Creías haber encontrado a alguien con el que compartir la soledad para romperla. Pero eres un solo de oboe, de saxo, de música sin pentagramas, en fin, un silencio sin romper por nadie; tu misma soledad, esa de tu instante. Qué miedo, digo, te da cuando tu propia historia se te presenta en pelota y despeinada como una mujer sola. Eres esa mujer que abraza un bulto de trapos como si fuese un niño y quiere verlo y comienza a quitárselos poco a poco como quien desnuda un libro. Primero una hoja y otra y otra… pero al final en las manos no le queda nada y llora porque está sólo yerma y sola.

A veces vemos pasar a esa mujer bellísima llamada Tilde. Ha vuelto llena de enaguas, con sus pechos de leche cuajada, su mirada preciosa, con su alecrín rodeándole la frente, con su amor guardado en aquella cesta, con las guirnaldas y las cerezas pintadas de rosa. Nos gusta verla ir y venir, ponerla y no la pongas, cruzar la calle, conquistando con ese galanteo nuestro corazón y el aire. El céfiro la acaricia con sus dedos de tejer puntillas y le pregunta si va o viene. Y ella le contesta:

-No. Sólo estoy sola.

Ni tan siquiera la luna está desolada y sola. La luna, ya te has percatado, se pasa la noche rondando y merodeando. Camina con su farol de nácar buscando otra luna, aunque sea más pequeña. Lo hace para no sentirse eternamente pálida y sola. Los científicos mirando por el ojo de su telescopio han descubierto, hace casi nada, la existencia de otra luna. Estos días, la luna vieja se demora. Mientras se peina las nubes, se está poniendo su mandil de tul, vichy y madreselvas. Ya… nunca más… estará desangelada, demacrada, desteñida y sola.

La Real Academia de la Lengua nos da ese permiso para escribir sólo o solo. Lo decidiremos a solas. Pero no es tan fácil como parece poner un acento a modo de un pin comprado en la feria. No es fácil, tampoco, sentirte solo y de repente volverte exclusivo, unipersonal, individual, sólo tú mismo. Sólo, exclusivamente, estrictamente yo. Como si pudiésemos quitar todos los pétalos a la flor y pudiésemos pararnos, al final, cuando queda el último, para ser estrictamente tú. En fin, un yo puro, único y solo.

Tilde, claro, es femenina y libre, y algún día, puede que se vaya… eso sí, sola… y académica para siempre.

-Amiga “tilde”, dinos sí o no. ¿Te quedas? No te hagas la tonta.

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