Opinión

La zaragata

Tenía aquella mujer fama de valiente. De ahí parecía provenir su apodo. Lo suponemos porque en aquella comarca todo el mundo tenía el suyo. No el habitual nombre y apellidos. No. El nombre verdadero lo ponía el pueblo. Algunos algo burdos. En aquella aldea se mezclaban los Luengos, los Covadonga, los Papamoscas y los Canela en Rama. 

Tampoco hay para mucho más porque el pueblo es pequeño, plagado de gallinas de corral, de perros de orejas grandes, aspecto gamberro y mala pipa, de vacas panzudas y soñolientas. De niñas y niños que apenas van a la escuela, unos días porque la maestra está enferma y otros porque el padre manda echar una mano, ya se sabe… a cualquier cosa.

En la casa del pico del pueblo, no en la más grande y de piedra, que allí vive el alcalde, sino en la más pequeña… Sí, esa hecha de adobes, que por marrón parece toda de chocolate con su chimenea muy bonita de latón antiguo, vive el bueno de Manolín. Ese chico altísimo y larguirucho, algo enclenque y con esa cara que parece uno de esos ángeles de la Virgen de la Velilla. Sus ojitos son entre vivarachos y bobalicones. Sus piernas como las zancas de las garzas.

 Entre todos los chicos y las niñas de la escuela es verdad que sobresale. No sólo por largo y enorme sino porque se sabe toda la Geografía, la Historia, toda la Botánica y un poco de Literatura y Gramática. 

Algunos días la profe tiene clase. Ya se sabe que la pobre mujer, según las señoras del pueblo, tiene un bicho que se le come los glóbulos blancos y entonces se siente alicaída y desdichada. Si le llega ese cansancio llama a Manolín para que se haga cargo de la sesión escolar. Lo hace muy bien y se pone a contarles historias de este país, pero algo arregladas. Así las convierte en graciosas y los más pequeños se lo pasan bomba y sueñan si un día se convertirá en maestro con su corbata de fieltro y su pluma estilográfica.

Pero el bueno de Manolito tiene un problema. Quieras que no, tiene que pasar al lado del bar para volver a su casa. Entonces salen unos mozalbetes que le hablan con retranca. Se ríen de su aspecto y le tratan como si fuese un tonto del haba. Los señores detienen la partida y les hace gracia su forma de andar balanceando y ondulando sobre la acera de la Farmacia.

-¿Qué está pasando aquí? -Gritó Bernarda, que los vio de pasada.

Así la Zaragata se enfrentó a aquellos acosadores. No de cualquier forma, sino con sus piernas, como dos columnas jónicas, apoyadas en el suelo con fuerza. Su cara… un vendaval expresando rabia. 

-A nosotros no nos manda una mujer -contestaron al unísono aquellos señores que mantenían entre dientes su faria.

Entonces caminando chulo y faltón se adelantó hacia ella mostrando su liderazgo el más bruto de todos y le espetó:

-¡Mira que es guapa La Zaragata!

Ella, sonrió cortés y cuando él no lo esperaba le soltó una áspera bronca y feroz mirada. 

Cayó de espaldas el petimetre, con el susto, y ella le dijo con dulzura:

-Disculpa mi violencia verbal, pero así os ocurrirá siempre a quienes despreciáis a los débiles y queréis a las mujeres con la pata quebrada y en casa. 

Aún hoy cuando alguien se propasa, se escucha que viene de lejos caminando solemne, a grandes zancadas, entera, severa y campanuda la Zaragata.

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