Opinión

Se lava la ropa a mano. Precio económico


Tengo la impresión de que el día de la Creación, alguien cometió un error de montaje con los seres humanos. Imagino que todas aquellas cajas con tanto material diverso hicieron equivocarse a aquel ángel becario que, nada entrenado, se puso a echar una mano sin leerse el prospecto.

Si te fijas bien en los seres creados, pongamos como ejemplo los crustáceos, tienen por fuera su defensa bien dura, la quitina, que les defiende y eso. En cambio, a nosotros, montados ya digo al tun-tun, sin cálculo ni reflexión, nos dejaron lo blandito para fuera y lo duro por dentro. Gran equivocación.

Así, desamparados, blandengues, a veces pegajosos, parecemos unos yogurines y de mayores puros pellejos. Eso ha hecho necesario el primer invento, que no fue la rueda ni el fuego sino una hoja de parra para taparnos el cuerpo. Y después inventamos las enaguas, los gayumbos, las camisas, los abrigos, las braguitas y los chalecos sin mangas o los pañuelos. Así fingimos no ser los más desprotegidos del universo.

Iniciada la Historia, la tribu de los cananeos declaró una guerra a otra tribu, la de los filisteos, que con los dedos en las narices les llamaron guarros o feos. Aquellos sabios antiguos patentaron, para evitar las guerras, otro invento, el de lavar la ropa al menos de tiempo en tiempo. Por eso en todas las tribus, familias o clanes de la antigüedad y del medievo inauguraron con gran pompa y boato los lavaderos.

Ese sí que fue un descubrimiento. Allí se iban los señores cargados con todos los trapos en cestos. Y a aquellas pobres señoras, las obligaron a lavar, restregar, golpear la ropa, darle un mimo a la ropa y otro a ellos, si les quedaba tiempo.  Muchos amores nacieron en los lavaderos, pero para aquellas mujeres, también mucha falta de respeto. 

Se modernizó aquello. Y entonces vino la tabla portátil, un “rubboard” no para hacer música como instrumento sino para lavar en casa las ropitas íntimas, y el camisón viejo. Ahora es todo muy moderno. Lavadoras en la propia casa o industriales, que en un pis-plas lavado, planchado y secado, aunque un tanto arrugado, por ochenta céntimos de euro.

 Hoy me he quedado pasmado de que, actualmente y no miento, en algunas ciudades se ofrezca a precio económico volver a lavar a mano, con dulzura y con esmero.

Lavar a mano supone un esfuerzo gigante, sobre todo recelando lo cochinos que somos, en gran medida, los habitantes del mundo entero. Me viene a la memoria aquella historia maragata del primer calzoncillo que se guardaba en el ayuntamiento y se prestaba para las bodas a muy bajo precio. Siempre pasaba lo que cuento.  El novio preguntaba al secretario del Concejo: ¿Y esto cómo se pone? Pues cómo ha de ser… pues eso para tras, no sea usted cateto. 

Si usted ve ese letrero, no lo desprecie y dúchese, al menos, una vez a la semana para que el olor a cerdo ibérico no mate con un soponcio, un desmayo, un patatús… al hombre del lavadero.

No se extrañen los lectores de que tratemos tan impoluto tema, éste de la colada, ya que “limpia, fija y da esplendor” la propia Real Academia y seguimos su ejemplo. A veces es importante una chanza o chirigota, vamos…un sarcasmo, para reírnos de nosotros y de este mundo un tanto chancho y siniestro.

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