Opinión

Lector de playa

Creo que la literatura de playa debe evitar la sinécdoque, la metonimia  o la metáfora. Sólo es importante que el sol ya esté en decúbito prono sobre tus toallas. Es por eso que te ofrezco tres  microrrelatos, en pelota,  que podrías degustar, de uno en uno,  entre chapuzón y estilo libre.

Teodorín es un hombre más bueno que el pan. Con lo que queda patente que no tiene doblez. Vamos… que es un simple. Pues este nuestro amigo se fue a Munich a ver a su prima. En Minjen, como él lo llama alardeando del idioma germánico, vio un tetraciclo precioso con una banda naranja y verde. Se prendó de él y lo compró. Aquel coche sin carnet, era una preciosidad. Vista su prima que sigue de buen ver y adquirido el tetraciclo, se volvió feliz a través de todas las autopistas alemanas, francesas y... Ya muy cercano a su casa y a pocos kilómetros de la ciudad, una pareja le manda hacerse a un lado. El guardia con toda cordialidad, como es habitual, pero con voz firme le recrimina y le explica que no… que por una autovía no se puede conducir con ese tipo de vehículo. Pues yo… vengo con él desde Minjen en Alemania.  ¿Cómo? Luego de un corto diálogo se percataron del personaje, se miraron soportando un disimulado ataque de risa y ¿Qué decir? ¡Su habilidad al volante estaba probada!

En una ocasión, me contó un guardia ya “retirado”, estando de incógnito y con un vehículo con matrícula de La Coruña fueron testigos del hecho que les contaré. A éste le llamaremos Leopoldo. Allá por los años setenta y tantos  sacó su carnet de conducir al tercer o cuarto ensayo. Aquellos coches no tenían GPS. El hombre quería ir a Coruña y no sabía cómo. Pensó y repensó una buena solución. ¡Ya está! Salió al cruce de Monforte y qué fácil, siguiendo a aquel coche con matrícula de Coruña no se perdería. Los guardias se mosquearon. Siguieron el protocolo: cambiaron de carretera una y veinte veces… pero el coche seguía detrás. Avisadas por emisora otras fuerzas le esperaron apostados a la altura de un bar de carreteras de Las Rozas. Al ver nuestro amigo que paraban después de tantas horas de viaje, se animó y bajándose del automóvil le preguntó a la pareja: Oiga… ¿nos queda mucho para Coruña?

Aquella señora casi se enfada de que tan temprano llamasen a su timbre. Primero había sido su marido que con la “tajada de siempre” se había acostado a las 5,30 de la mañana ¿Quién sería ahora? Se puso el batín de color rosa, se arregló un poco los rulos, miró por la mirilla: ¡Oh, la Guardia Civil! Dígale a su marido que si hace el favor de devolvernos el Land Rover. Aquel hecho extraordinario, como todos, tenía una explicación. El hombre de regreso a casa y de manera absolutamente temeraria venía conduciendo a bandazos. Detenido inmediatamente se bajó titubeante de su automóvil. En ese momento otro hecho fortuito: un camioncete había derrapado allí mismo y volcado sus naranjas. Ante la urgencia la pareja se desplazó unos pasos para socorrer al conductor. Entonces Venancio, cargado de vino y obnubilado  se había subido al primer vehículo y allí dejó el suyo, las naranjas y el sentido común.

Qué sería de todos nosotros Venancios, Leopoldines y Teodoritos, sin estos ángeles que extienden sus alas verdes más allá de nuestra ineptitud, inepcia e incompetencia. Si el agua estaba fresquita y te tomas, ahora, un sándwich de ternera marinada, mostaza y rúcula… estupendo.

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