Opinión

Los endebles

Nos pasamos la vida intentando proyectar nuestra mejor imagen hacia los demás. Es decir, no nos importa lo que somos sino aquello que “aparentamos ser”. Ni qué decir tiene que por eso nos empeñamos en vender nuestra falsa imagen retocada con el más avanzado Photoshop. Contamos la felicidad por el número de aquellos que nos han contestado en las redes sociales: “me gusta”.

Nos decía aquella inspectora en aquel tiempo en el que se hablaba empleando palabras rotundas, que hoy nos parecen crueles y nada elípticas: Estén atentos para echarles una mano; sepan que en el mundo y en cada escuela son discriminados los endebles, es decir, los pobres, los feos, los gordos y los tontos.

Al fin y a la postre a una persona puede perdonársele que sea menos listo, pero no se le va a perdonar el ser pobre. Se le perdonará ser gordo si es dueño de un imperio y el ser flaco y desastrado si es un político prominente. Pero un mindundi no tiene espacio. Eso está claro.

Nuestra imagen externa es tan importante, según nos creemos, porque de ella depende nuestra identidad personal y nuestro éxito social. Está bastante demostrado que ser pobre significa una transgresión de los valores que propugna nuestra sociedad. De la misma forma ser feo transgrede el valor supremo de los cánones de la belleza impuesta.

El problema se produce cuando muchos jóvenes comienzan a aceptar como fracaso su pertenencia al tercer mundo. Entonces se produce en su mente la necesidad de superarlo jugándose la vida en una barcaza de plástico. Pronto todos los valores vividos en sus familias de origen querrán ser cambiados por los de nuestra civilización.

 La consecuencia, a la postre, es la decepción en la que entran después de conseguirlo. Una vez logrado, inmediatamente van a percibir el desencanto de sentirse parte de “nosotros” que estamos construyendo una sociedad bajo la tiranía de la apariencia. Como nadie puede dar lo que no tiene, nadie podrá entregarles a aquellos que llegan, otra cosa que una ansiedad generalizada y esta vacuidad insulsa.

Estamos convencidos de que Occidente representa los valores supremos de la humanidad. El mentiroso más peligroso es aquel que se cree sus propias mentiras. Puede ocurrirnos que a base de fantasear nos lleguemos a creer que somos aquello que fingimos ser.

André Maurois hace años que publicó aquel ingenioso y divertido libro que tituló “Patapoufs et Filifers” y que llegó a mis hijos con el nombre de “Reventones y Alambretes”. Aún escucho sus risas y algún que otro “¡Oh! “cuando como niños se encontraban con aquel mensaje estupendo.

Un grupo de profesores hicimos unas encuestas a alumnado universitario de siete universidades punteras en Europa. Sólo daré algunos datos para no romper el sigilo de la investigación que va de valores. Ordenaré de mayor a menor los valores más reconocidos por nuestros jóvenes: el aspecto físico, el poder económico y alcanzar una influencia notable. 

 Estamos viviendo en un microcosmos en el que convivimos los que nos creemos algo sin serlo y aquellos otros que buscan, con desesperación, en nuestro mundo lo que ya no tenemos porque ha desaparecido.

Realmente ¿quiénes somos?

A lo mejor, sólo apariencia y humo.

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