Opinión

Narciso en su espejo

Todos tenemos la autoestima por las nubes. Más guapos, más altos, más chulos que la pana, y evidentemente, unos crac… El problema es el espejo.

Estoy un poco enfadado con mi espejo y a medida que pasa el tiempo… más enfadado. Últimamente se pone bobo y ya no me gusta mirarme tanto. A los adolescentes sí les mola y hablan con él y sonríen y ponen poses, aunque al final terminan también irritados: qué feos y con espinillas les hace el espejo. Y van y se deprimen y no comen hasta que encuentran otro espejo cóncavo o convexo. 

Me veo pero, ¿somos aquel que vemos? Ya te has dado cuenta de que hay varias personas en ti. Tú y yo somos, en primer lugar, la persona que creemos ser: inteligentes y cordiales. Pero ¿cómo te ven los demás? Esa es otra. Ni se te ocurra preguntarle a nadie cómo te ve. Con seguridad perderías su amistad o su amor, porque si son sinceros te golpearán en toda la cabeza con palabras hirientes, feas, pero que te describen a la perfección. Hablarán mal de ti. Eso te producirá un odio irreprimible y comenzarás a catalogar a tu inocente interlocutor entre los más despreciables seres de la tierra. Digo “inocente” sabiendo que quien caiga en tu interesada pregunta o es el tonto del haba o está pensando mandarte a la porra, definitivamente, porque ya no vas a perdonarle nunca.

A lo mejor no somos ni lo que yo creo, ni somos lo que piensan los demás. ¿Quiénes somos verdaderamente?  Buena y mala gente, ni guapos ni feos, unas tipas o tipos de lo más vulgar. Aunque eso de la vulgaridad sí que duele. Venimos a este mundo con la ensoñación o la pretensión de que somos importantes. Pero van pasado los años y no hemos hecho nada relevante para la humanidad. ¿Qué hacer? No nos queda otra que ir un día a la TV regional para que nuestra familia pueda escribir sobre nuestra marmórea lápida: “este hombre salió en la tele”. Claro, eso tiene que ser... puaf… el más grande epitafio. También podríamos hacernos un bonito selfie y colgarlo en la red. Sería como un grito en medio de este patio del mundo en el que nadie es nadie.  

Podemos, al menos, ponernos guapos. Vivimos en el mundo de la imagen. Siempre he pensado que las chicas y los chicos de la pasarela son la mar de felices. Cualquier cosa les queda bien.  Unos suéter ligeros y largos, un vestido camisero, una chaqueta de mezclilla… Aunque me han dicho que pasado algún tiempo buscan desesperadamente unas zapatillas deportivas o unas bailarinas porque les rejuvenecen. Yo creo que están de lo más perfecto pero…su espejo, ese traidor cuadrado, también a ellos, les sugiere, insinúa, inspira y les aconseja ocultar el paso del tiempo. Les juro que yo les animo, entonces, jurándoles que la arruga, y ya lo dijo el diseñador, es un puntazo.

Voy a comprar un espejo nuevo, que tenga, como mi procesador de textos, un corrector de errores. Así siempre seré perfecto. O a lo mejor sólo seré “el perfecto” bobo, porque hay que ser tonto para  creerse que somos más que la otra o que el otro. 

Nos hacemos, créeme, verdaderamente grandes cuando comenzamos a aceptar que no somos guapos o feos, gordos o flacos, blancos o negros, sino diversos.

En el espejo de siempre, me afeito. Y éste, en el que aún me reflejo, no me ha ido avisando de que ya no soy el mismo de ayer, aunque lo intento.

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