Opinión

Nochebuena con escarcha

La Navidad es ternura, claro, pero tiene también un punto de nostalgia ya que vuelves a casa, pero algunos ya no están porque se han ido más allá de las montañas, salpicados de lluvia, envueltos por el frío de este invierno de ómicron, de volcanes de La Palma, de botas de goma, anoraks, plumíferos y bufandas.

Casi es Navidad y cae la nieve remisa, incierta, insegura, sobre el balcón mientras escribe un poemario sobre el cristal de tu ventana. Respiras ese vaho que produce el frio o el amor tan de mañana. Entonces sientes cierta languidez o desmayo o decaimiento del alma… Y dibujas, tú también, en los cristales, estrellas y cometas y serpentinas y matasuegras y jirafas de cuellos largos… en fin… sólo rayas.

Me han dicho que frente a tu casa han hecho un belén que no tiene musgo, ni corcho, ni papel maché, ni montañas de cartón piedra, ni reyes magos, ni castillos de Herodes, ni ríos de papel de plata. Por no tener no tiene nada de nada. Y esta noche una hermosa Virgen, me dicen, ha parido un niño y allí mismo lo amamanta. Dicen que si serán ocupas, porque él le ha reparado con la garlopa una vieja cuna y piensa arroparlo con lirios o azucenas claras. Pero no te piden nada. Dicen que si serán ladrones que nos roban las lágrimas que se nos pierden entre tantas guirnaldas de plástico… y cosas innecesarias.

Aunque casi es Navidad, entre tanto ruido, tantas luces led, tanta música, tantas bolas y espumillón mira si por casual no encuentras unas lágrimas que se han perdido. Unas lágrimas de chico, me refiero, esas que se hacen no con gotas de agua, sino con un corazón roto a trozos, a martillazos de palabras: menor no acompañado, ladrón de las terrazas…niño de la calle, y mira si huele a pegamento y avisa a los del coro para que les canten villancicos y romanzas.

Escucha sus canciones preciosas, mientras me regalas turrones, mazapanes o aquellas tartas que tanto me gustan, llenas de almendras o piñones o higos o pasas. A lo mejor son quienes te aman, te han amado siempre desde el otro lado de la calle, porque les recuerdas a la madre que se les quedó, pongamos… en Asia, América o África.

Hoy son ellos, pero podrías haber sido tú o tus hijos. Nos arrojan sobre este tablero, como lo hace un crio con sus fichas de construir. Y así, buscamos toda la vida aquellas piezas que mejor nos encajan. Y encontrada la preferida hacemos una fiesta de mimos y pijamas.

Cuando esa nieve, indecisa, se apoye, de nuevo, perpleja en el alfeizar de tu ventana, párate, de pronto y piensa que, aunque casi es Navidad, hay personas indefensas que se estremecen y sienten miedo. Los cuchillos vuelan este cielo azul turquesa convertidos en avutardas. El mundo sin la Navidad, es sólo una ciudad desesperada que va abriéndose las venas mientras canta.

Uno puede morirse de un montón de cosas, como se murió el poeta herido en su mano al coger aquella rosa que le taladró no ya el dedo sino el alma. Y la septicemia le infectó como si fuese un verso hecho a trompicones, a estrambotes, a espinas, a amaneceres, a despertares del alba. Pero que no se muera nadie, por Dios, de desamor en estas fechas de nácar.

Entonces se hará la Nochebuena y los copos les parecerán a las niñas y los niños, un cucurucho de gominolas blancas.

Y yo, escribiré este poema que tirita de frío, para felicitarte las fiestas, para felicitárselas.

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