Opinión

Paso Stelvio (la conjura)

Se echó a caminar por aquellos roquedales. Su calzado le concedía cierta seguridad para no caerse por uno de aquellos barrancos que significarían el fin de nuestra historia. Había pactado una reunión discreta con el famoso cazador de gamusinos.

Boris sabía, y lo sabía desde siempre, que no existen los gamusinos sino es en la mente de los niños o en la de aquellos cazadores que se echan al monte, sin tener pajolera idea. Entonces, los ya avezados, se burlan de ellos y los ponen a vigilar gamusinos. Desconcertados observan cada rincón, pero sin saber si se trata de un animal de pelo o pluma.

Estaba convencido de que el cazador sería un loco de remate y se dispuso a mantener una conversación de lo más jocosa.

-Hacemos bien en vernos en estos andurriales. Mantener la discreción nos puede traer mucho bien. Sonó su voz, casi musitada, entre la tundra de alta montaña

Le agradó mucho al furtivo que le hablasen con tanta circunspección. Lo que decía lo hacía en un español que arrastraba las erres denotando cuál era su país de origen. Después de las presentaciones habituales, después de vanos diálogos sobre el tiempo, entraron en un coloquio de lo más interesante. El famoso cazador explicó pormenorizadamente cuáles eran las piezas mayores y cómo habría que montear y huronear para cobrar una pieza que mereciese la pena.

Boris le seguía la conversación poniendo mil caras interesantes y de esa manera le daba a entender que estaba muy atraído por el tema. El otro se explayaba. A él no le era nuevo el lenguaje exagerado de las gentes que se dedican a tales batidas.

Esperaba la oportunidad para preguntarle por aquellos seres misteriosos que eran el objeto de su caza, pero le fue del todo imposible. Algo sucedió porque, de repente, el hombre dio un empellón a la piedra sobre la que se sentaba y se echó a correr cuesta abajo resbalando aquí y allá, tropezando en la minúscula maleza y desapareciendo tras los matorrales que separan la pradería de las nieves perpetuas. ¿Estaba huyendo?

Desde allí observó lo que creyó un coche policial si aquellos, como supuso, eran carabinieri. Fue bajando con mucho más cuidado que el cazador, cruzando los pies, tanteando cada piedra helada. Mantenía un ojo en la senda y el otro en el número de hombres que, con sus uniformes azules y correajes blancos, se dirigían desde el aparcamiento a la zona de recepción del hostal-caserón.

Entró por la puerta de la cocina para no encontrarse con los guardias que hablaban en voz baja y haciendo gestos manuales, en un puro mimo a través del cual era fácil desvelar que estaban hablando de un crimen.

Habían desplegado un biombo. La recepcionista le descubrió pasando disimuladamente y le dejó hacer para que no tuviese problemas con los oficiales de justicia. Pero no tuvo éxito.

- ¿dove stai andando? Dijo el carabinero de los entorchados.

Se quedó estupefacto. Le estaban esperando en su misma puerta. Sin duda iban a echarle mano. Se le hinchó aquella vena del cuello y carraspeó.

-Yo…

-Pase, pase usted, señor Gerard. Disculpe la molestia. Dijo el uniformado.

-Ya…yo…Balbuceó, tembloroso y amarillo, como un flanín de huevo.

Fuera, el aire frío y seco se esforzaba en levantar la niebla.

(Continuará).

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