Opinión

Paso Stevio (El hombrecillo)

-Cómo me gustaría saber por qué tituló la novela como “Paso Stelvio”.

-La vida, amiga Ana, es una montaña alpina a la que, después de numerosos serpenteos, se accede, siempre con gran esfuerzo. Desde allí la vista de los meandros es extraordinaria. Entonces, cuando tengas la sensación de estar paladeando la felicidad, descubrirás que has de descender por la otra loma y lo harás, aunque no quieras, a gran velocidad.

-Me gustaría saber por qué la gente llama señor Gerard al conocido Boris.

-Debes responder tú. ¿Quién eres de verdad? ¿Eres quien tú crees ser o eres aquella que ven los demás?

-De momento aparecen personajes extraños: la recepcionista, la criada fea, el enigmático cazador, el fraile…

-Nadie escoge los personajes con los que tiene que cruzarse en su vida. Te toparás con un montón y te afectarán siempre. Te preguntarás quiénes son, pero serán un misterio para ti. Poco a poco, y casi siempre para tu desgracia, irás descubriéndolos. A veces creerás que son de carne y hueso y otras veces sólo serán tus miedos. Te dejaré leer un poco del siguiente capítulo -dijo- mientras le entregó un libreto con subrayados amarillos. Y ella leyó:

Con decisión se metió en la puerta del ascensor que parpadeaba en la penumbra. Al instante se acordó de que en cada uno de ellos aparecía el NOT WORKING. Era, pues, meterse en una ratonera. Con todo, en la precipitación de esta segunda huida del fraile, le dio, a tontas y a locas, a dos o tres botones. Se admiró de que, increíblemente, arrancó luego de unos mínimos tambaleos y le llevó:1,2,3,4,5,6,7. Allí se paró de golpe y la puerta se abrió con desparpajo.

- ¿Dónde estoy?

-En la planta séptima. Éste es el piso de los enanos -aseguró un hombrecillo que no por ser tan menudo dejaba de tener una faz de lo más impactante-. A su desproporcionada cabeza se había incorporado una gorra de jefe de estación. Para nada le pegaba con aquel bigote hirsuto que subía, de repente, hasta sus airados ojos. -Aquí nadie le ha llamado todavía, lo haremos más tarde según lo convenido.

Al instante se abrieron unas diminutas puertas y salieron mujeres y hombres que se le acercaban con el mismo interés que se acercan las gallinas al ver que su dueña va a repartirles la ansiada comida de verduras o granos rotos de maíz.

Al poco tiempo le tocó en el hombro aquella mujer que había sido guapa y que ahora era la recepcionista del hotel.

-Pase conmigo. Se ha equivocado de piso y está aquí sin permiso. Le dejaré en el suyo que como sabe es el segundo. El ascensor desapareció no sin hacer unos chirridos poco convencionales.

No le gustó, para nada, que le tratasen como a un mentecato. ¿Qué secretos escondía cada una de las plantas del enigmático hotel?

El autor recogió su escrito y salió de la cafetería. Llovía, como todos los domingos. Pero hoy el agua se mezclaba con un efímero algodón níveo. Apenas era perceptible, muy a lo lejos, algún que otro estampido desgarrando la tarde.

(Continuará).

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