Opinión

Portucale

Mientras desayunaba en el bar de la esquina, tuvo la impresión de que los innumerables ojos del pulpo que reposaba sobre la plateada bandeja del barman, le miraban con frialdad. Al fin abrieron la cancilla del viejo edificio y observó cómo el hombre encorvado llegaba cargado con una anticuada cartera de cuero.

Aquellas escaleras de piedra parecía que iban extendiéndose en zigzag, mientras sus pasos las golpeaban con decisión. Cuando avanzaba, tenía la sensación de que las tabicas, aquellas piedras verticales que conformaban el ángulo con el peldaño, aparecían, de repente. No era verdad, lo que ocurría es que eran tan enormes que, hasta llegar a ellas, estaban ocultas en las sombras.

A esta hora de la tarde ya se hacían necesarias aquellas lámparas que en otro tiempo soportaron las enormes velas de cera y que hoy las habían sustituido, impropiamente, por bombillas led que le parecieron demasiado pequeñas y bastante inútiles.

Notó variaciones en el salón mayor de la biblioteca y se asustó suponiendo que habrían cambiado de sitio aquel incunable que le había enseñado tantas cosas en tan poco tiempo. Al fin pudo respirar cuando el hombre encorvado le regaló otra vez su sonrisa. Sin mayor complicación le entregó, no lo que esperaba con ansiedad, sino un pergamino realizado sobre piel de cabritilla. Quiso protestar, pero el hombrecillo se lo impidió con un rictus violento y dando un resoplido.

- ¡Déjese guiar! Hoy toca estudiar este documento. No podía discutir con él pues tenía la sensación de que todo el provecho le vendría de obedecerle sin rechistar. Entró aquella joven con paso decidido en la estancia y saludó con un cariñoso golpecito, en la chepa, al librero.

La joven hablaba en un español cadencioso y era evidente que aquella armonía de la dicción procedía de su lengua de origen. Aún, de vez en cuando, introducía alguna palabra portuguesa y a él le pareció una preciosa forma de expresarse con cierta musicalidad.

Por lo que él entendió, aunque nadie se lo explicó, ella era una investigadora del país vecino que comisionada por su gobierno pretendía llegar a esclarecer de dónde procedía la denominación de su país. Se resistía a creer la tesis de que el origen estaba en Oporto al que acudirían los navegantes en busca de cal.

Entonces se precipitó sobre la mente de nuestro amigo un gran descubrimiento. Tanto “Calicia” como la última sílaba de aquel querido país tenían el mismo origen. La marca indeleble del cáliz.

Portus era la primera parte y ha significado siempre no sólo una referencia marítima sino una referencia de paso. Portus Cale era, evidentemente, la confirmación. El que se llamó, más tarde, condado de Portucale, que se extendió, al menos, desde el rio Duero, era el paso hacia el famosísimo cáliz.

-Había un malentendido sobre el etnónimo “cale”. Se suponía de origen extraño, prosiguió ella, y se le atribuía un inventado e indemostrado termino celta de la era pre romana. Tanto Calicia como Portucale tienen su origen en el vaso del que el Señor bebió en aquella Pascua.

A cada lado de aquel paraninfo, unos cuadros gigantes contaban sus historias que ya nadie recordaba, a no ser el bibliotecario que, apretujada la sabiduría sobre su espalda, se las sabía todas de pe a pa.

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