Opinión

Portugal con filtro

La semana pasada nos fuimos a Portugal. A veces nos justificamos con alguna compra menor, pero no hace falta explicar nada porque tiene esos paisajes abiertos en los que la luz se pone preciosa cuando menos te lo esperas. Cuando éramos críos jugábamos a ver el mundo mirando a través de un tamiz y esa pequeña variación a través del filtro nos permitía imaginar cualquier cosa. Creo que aún hoy ese país tiene una especie de membrana de cebolla a través de la cual es muy fácil descubrir un mundo en acuarela con su marina al fondo, como en esos cuadros de Vázquez Prats que tanto nos gustan.

Entrar en esa explanada que a mí se me antoja gigante es la experiencia. Fátima se hace una urbanización pequeña, minúscula para que crezca la fe de tanta gente que de una forma u otra se allegan a ver a la Señora del cielo como la llamaron los pastorcillos. La verdad es que una vez que “llegas” se te echa encima a modo de lluvia una sensación que te penetra, te envuelve, te incluye y te circunda sin limitarte. 

También sé que, a nosotros personalmente, no va a aparecérsenos María porque eso es cosa de santos y mártires y alguna de esta gente que llena por miles la explanada somos de escasa fe, escasa caridad y abundante insipidez.

Eran las once de la mañana del domingo anterior a la Semana Santa. El sol se había creído aquello que de él escribieron durante siglos y se mostraba como el astro rey, fortísimo, brillante y quemador, radiante y refulgente. Tanto que también se hacía flamante e insoportable. A mi lado dos mujeres vestían, enrollado sobre sí, su Sari y con él se cubrían. Mientras envidiaba esa forma exquisita de soportar dignamente ese calor que los galaicos y los portugueses denominamos” abafante”, percibí a una madre muy joven de tez morena. Ese color de piel siempre me resulta familiar porque es el color de mi madre.

Esta mujer, coronaba con sus manos a su pequeño de no más de siete años para poder librarlo de aquel cálido sol. Ni siquiera se cubría ella, sino que pretendía librar del dolor a su pequeño. Entonces aproveché para soñar, que era la auténtica Virgen que intentaba defender a su muchacho no sólo de la irradiación, sino de cualquier dolor que sufriría a la semana siguiente a través de ese sendero loco que termina en el Calvario. ¿Quién podría impedirme que esa mujer fuese la madre del Salvador del mundo? Así imaginé que esa efigie de mujer con niño, que yo veía con mis propios ojos, era verdaderamente ella.

¿Cómo podría ofrecerle algo para que cubriese al hijo? Me di cuenta que tenía mal doblado en mi bolsillo un plano que me regalaron en el Hotel de Mafalda. Se lo di, lo aceptó la madre y descubrí en sus ojos ese brillo agradecido que seguramente se le pone a la Señora al ver tantos y tantos devotos hijos. 

Terminada aquella larguísima celebración volvimos a arremolinarnos con Nacho para preparar la vuelta a casa. Pasó la mujer de piel aceitunada y el niño sonrió y levantó el dedo pulgar con la mano cerrada.

Ojalá que el Cristo de las rodillas heridas, las manos de las llagas, el corazón ensartado por la lanza también a ti y a mí nos dé el O.K. esta Semana Santa.

Fátima es también el filtro que nos permite ver este mundo con esperanza.

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