Opinión

A que... se lo digo a mi madre

La madre es el punto central de cada ser humano. A su redor ocurren todas las cosas. Por eso estoy convencido de que el sol es una madre. Gira todo a su alrededor y todo crece y todo se expande y todo brilla y merece la pena. 

Ya de recién nacidos nos sentimos tan vinculados con la madre que suponemos durante mucho tiempo que ella no es una y nosotros alguien diferente. Para nada. Somos el mismo individuo mi madre y yo y de nuevo mi madre. La Psicología Evolutiva lo tiene claro: Por eso cuando la sociedad, que es ese montón de gente que se organiza socialmente, arranca al bebé de la madre y lo lleva a regañadientes a la escuela, éste sufre y se da cuenta de que todo se le rompe de golpe. La escuela es bonita, sí y tiene pupitres de colores y música en los recreos y una muchacha bien guapa que es la profe. Pero no es tan guapa como la madre de uno y la escuela no huele a pan recién hecho, ni a huevos con puntillas, ni a besos en su jugo, ni a abrazos a cualquier hora… vamos… todo muy bien, pero sin los mimos y los besos apretujados de la madre.

Ella sabe cuánto nos ha crecido el pie, y nos compra zapatos nuevos. Sabe cuándo viene, por ejemplo, el ratón de los dientes de leche, la cantidad de chuches que podemos comer escondidos del pediatra tras el árbol del parque. Porque al parque no van los pediatras y eso está muy bien, ni van los guardias para prohibirnos llamarla “mamá” un millón de veces.

-Me vas a desgastar el nombre -dicen las madres, pero es pura compostura porque después… siguen viniendo siempre-. 

Solucionan todo. Te crees que ellas llevan el Ministerio de Justicia: “a que… se lo digo a mi madre”.

Y cuando te pones a crecer a lo tonto también están ellas. Se ponen lejos y hacen que no miran, pero no nos quitan ojo. Y si un día venimos con una lágrima colgada y una sensación agradable en el pecho, entonces sin más ni más se dejan caer a cualquier payasada, a recogerte la falda o los calcetines, el traje de baño o la bufanda … ponen esa cara de ser las más tontas del mundo. Eso lo hacen muy bien. Y van y te dicen:

-Para mí que te está pasando algo… no me hagas caso… vamos digo yo… -Y disimulando- ¡Huy mira qué insecto!...

Y entonces tú, que necesitas contar lo feliz que eres, explotas como esos cohetes de feria, esos voladores de fiesta, y te explayas y lloras a lo mejor y ella se ríe de ti un casi nada y te anima y se pone a pensar para sus adentros: ¡Qué pronto pasa el tiempo!

Tanto corre que por mucho que lo intentes no puedes detenerlo. Es un imposible, es un tren que nunca para en tu pueblo.

Claro que un día al mundo se le fundirán los plomos y se quedará sin música y sin amaneceres preciosos. Ese día se habrán llevado a tu madre… imagino que a la escuela de las madres. Ese cielo con pupitres de colores, santos con coronas, besos de hojaldre y si eso… ángeles que tocan las arpas y rasgan como una guitarra todos los arcoíris del universo. 

Y sí que lo siento, porque volverás a casa y llamarás “mamá ya he vuelto” y no vendrá ella, y sentirás una pena infinita. Piensa entonces que esa nostalgia que sientes no es otra cosa que ella misma… tu madre, que se te quedó para siempre… dentro.

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