Opinión

Quién se atreve a matar a Dios

La propia formulación del título de esta colaboración es verdaderamente arriesgada.

Desde siempre hemos supuesto que Dios creó al hombre. Hoy en nuestra sociedad culturalmente anodina, hemos vuelto del revés la teología y proclamamos que somos los hombres los creadores de Dios. Lo anunciamos así y nos quedamos tan panchos y tan modernos.

Pero no lo hemos hecho así súbitamente. Se ha planteado ya en aquellos años setenta. En ese tiempo atribuíamos al propio Cristo la muerte de Dios. Así Jesús pasó a ser un Dios en zapatillas. Y si es así, y ya se dijo entonces, es que el Dios de los antiguos profetas habría sido muerto por éste. En su humanidad, y en su filiación habría dejado aniquilado a aquel que el Antiguo Testamento proponía como omnipotente, omnisciente, celoso y vengador. Jesús era aceptado como Dios, pero como un Dios más de andar por casa. El Señor des divinizado. Por eso en la segunda mitad del siglo XX se hizo pública lo que llamaron “la muerte de Dios”.

O sea… no aceptamos al Dios que creímos ver en el Antiguo Testamento y sí estábamos más dispuestos a aceptar a este Dios que nos aparecía como más actual, fresco, innovador y transformado. El peligro parece evidente. Esta modernidad llevó a la Iglesia a anunciar un Hijo del hombre enfrentado al Hijo de Dios. La intención, en el fondo, parecía buena. Se supone que sería más aceptado y la evangelización sería más fácil y operativa.

Pero a lo mejor, tampoco. Toda vez que lo desnudamos de la filiación divina hemos devenido en verle como como un quisque cualquiera. Y así, hoy, se le hace cohabitar con la Pachamama o con otros procedentes de la corriente semítica (Moisés y Mahoma), de la corriente india (Buda y Krisna), de la corriente sapiencial (Kung Fu-Tsu y Lao Tse). La verdad es que ello produce la impresión de más tolerancia y ecuanimidad. A veces se verbaliza así: Nadie tiene la verdad. Cada quien tiene una parte de la verdad.

Es evidente que un Cristo, así, des divinizado, parece como más creíble, más fácil de manejar, menos provocador del rechazo. Pero no se conforma ni encaja con el Cristo del Dogma. Este Jesús es tal cual lo estamos creando ahora, una copia del que en otro tiempo planteó Arrio.

Creo, personalmente, que ese Cristo que nos hemos inventado y creado de la nada, no es el Señor Jesús que hoy, Viernes Santo, entrega su alma al Padre; no es tampoco el Jesús histórico al que traspasaron su corazón y del que, al instante, brotó a borbotones la misericordia del Padre. Jesús no vino a borrar a Dios para proclamar al hombre.

Estoy convencido de que este Jesús, que digo, es aquel que me enseñó mi madre.

Hoy, que es Viernes Santo, me he puesto triste mientras escribo. Veo cómo deambula por las calles del mundo llamando en tantas puertas y ofreciendo su vida que nadie le compra ya, porque es una jácara antigua de apóstoles que se duermen, a pierna suelta, debajo de los olivos. 

El viento, ahora mismo, llama en mi puerta con sus manos blandas de aire puro. En el ventanal se forma un rebujo de gotas de agua, un chisporroteo de cristal líquido.

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