Opinión

Sólo ceniza

Ya estás aquí entre nuestras ruinas, en nuestro apocalipsis particular, en este cielo sin estrellas en el que se escucha lánguido, en eco, el quejido del mar. Voy, vamos a ti con la esperanza de que nos abraces, porque eres Dios, pero también uno de nosotros, un mindundi, un hombre de barro, el más inocente.

Nadie es capaz de explicarnos el porqué del dolor, pero al menos, tú Señor, vas delante.

Te buscábamos… pero ya te hemos visto mano a mano con el bombero, con el que azuza con expectación al perro que olisquea la vida entre los cascajos, los cascotes, los escombros. Y te hemos visto llorar, como lloró tu Magdalena sintiendo tanta pena… Se te parte el corazón en dos, porque es de pura mantequilla y te derrites al encontrarte, con las mujeres y los hombres que sufren este terremoto, este desastre. El dolor es, hoy, un edificio que se desmorona y millones de voces sin respuestas. Sólo polvo horrible y tóxico que se expande como niebla. La tierra tiembla bajo los pies y se nos cae encima, de golpe, la tristeza.

Aunque es el tiempo de las risas, las caretas, las danzas y las fiestas, el sufrimiento se nos cuela en el corazón y compartimos con esos niños sus pupilas grandes, sus gritos llamando mamá, a la madre que estamos seguros, siempre vendrá para encontrarles el calcetín perdido, el vaso de leche fresca, el hombro en el que llorar, y será su querida brujita buena que les cubrirá con la colcha que tricotó con una lana del nueve y color azul turquesa. 

Nadie es capaz de explicarnos el porqué del dolor, pero al menos, tú Señor, vas delante.

Es difícil descubrir el sentido del dolor. Nada hemos hecho sino entrar con los ojos abiertos de par en par, como lo hace un niño, en este mundo que proclamamos nuestro. Cómo vamos a quitarnos el miedo si amanecemos de esta guisa faltándonos la madre y la sonrisa. Danos Señor un poco de ese vino con el que nos compraste. Un poco de ese pan que partiste sobre la mesa con tus manos de carpintero acostumbrado a medir a palmos el amor por esta humanidad que sufre terremoto, peste y guerra.

El fuego prueba el vaso del alfarero y a los humanos nos prueba la tribulación. Tú has llamado bienaventurados a los que sufren y se funden como cera. Qué difícil entender, interpretar, que es ternura la congoja, la angustia, la desolación, la aflicción, el duelo, el desánimo y la desesperación. Cuando, humanos que somos, estamos desesperados, abrumados, abatidos y descorazonados te buscamos con urgencia.

Te hemos visto, a ti también, caído, derrumbado, rotas las palmas de tus manos contra las piedras, coronado de espinas, llagadas y agujeradas tus costillas de palestino pobre, de judío errante, con los brazos abiertos como el espantapájaros de la huerta. Sufridor de risas, de falsas promesas que te hacemos siempre que te pedimos cosas a cambio, dinero, cash, que funcione nuestra empresa, que cures nuestro dolor de cabeza.

Cuarenta días lloviendo sin parar, cuarenta días para caminar, y cuarenta días de soledad, para tenerte, abrazarte y curarte las heridas como hizo tu madre y hacen aquellas mujeres con los heridos de la ciudad, derruida y ya desierta. 

Sólo somos pura ceniza. Pero al menos, tú Señor… vas delante.

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