Opinión

Teatro para después

Esta escena acontece sobre un escenario iluminado por una luz tenue que se va difuminando paulatinamente.

CÉNIT. -Lo que es impepinable es que vamos a morirnos. Es un acto personal pero casi nunca voluntario. Supongamos hoy que somos capaces de abrir esa puerta pesadísima que gira sobre sus goznes y por una rendija nos ponemos a espiar lo que ocurre al otro lado. Puede que una especie de neblina nos acoja al principio. Supón que esa felpa con la que se hacen las nubes te está envolviendo. Damos un paso más, tal vez dos, y en ese momento se despiertan en tu oído las voces de otro tiempo, ese en el que viviste en este mundo de aquí abajo.

NADIR. - Volvamos atrás, de nuevo, al otro punto de vista, al mío; volvamos al tiempo en el que vivíamos, comíamos, bebíamos, gozábamos y suponíamos como lo más hermoso no una puesta de sol al atardecer, sino esa capacidad extraordinaria de decidir, comprar y vender. Esa felicidad de hacer nuestra voluntad siempre. Yo decido.

CÉNIT. – Pero alguien, se me ocurre, podría juzgarnos por lo que hemos hecho durante ese tiempo en el mundo. 

NADIR. -Nadie tiene la capacidad de juzgarme.

CÉNIT. -Ni tan siquiera hace falta que te pregunte el juez togado, porque te conoces bien y sabes de tu vida recién vivida. Tuviste la oportunidad de aprender de aquella que llamaste madre, con aquel hombre al que llamaste padre y que ahora te esperan entre tantos otros. Reconoces la vida como la maestra que te enseñó a pensar, el mundo como el payaso que te hizo reír, la conciencia como tu amigo al que traicionaste más de una vez… el candor de aquella muchacha que te amó de madrugada…

NADIR. – Valiente impertinencia. Nadie me ha importado nunca. Siento ese gozo de hacer lo que me plazca sin preocuparme por ellos, por los otros. Déjame reírme de la ternura, de la solidaridad, de la naturaleza caída, de los ingenuos que ponen su confianza más allá de las estrellas. Siempre he supuesto libremente, que después no hay nada y nadie me va a preguntar, al término de esto. Oye…pues déjame ser yo mismo.

CÉNIT. -Mira las caras de quienes ves al otro lado y fíjate si se alegran de verte. Si alguien dibuja un rictus en sus labios y te suspende de amor y afecto…entonces estás condenado y será un infierno para ti vivir eternamente con la ansiedad insoportable de verte como una piltrafa.

NADIR. - ¿Supones que esa eternidad existe? ¡Valiente invento!

CÉNIT. - Si, por el contrario, aquellos con quienes compartiste se muestran felicísimos de verte al otro lado y se vuelven ángeles de túnicas azules y santos con coronas doradas es que estás ya en el Paraíso. Ese, al que yo pienso, que se van las almas.

NADIR. Si todo está terminado, que no me lleven flores. Mereció la pena luchar a mi manera, sufrir, desesperarme, vivir a lo loco…Reconozco que, tal vez, para nada. Todo para mí se queda en el barro de este durísimo suelo. 

CÉNIT. – Te equivocas.

NADIR. - Porque quiero. Porque soy humano puedo equivocarme. Ese es mi deseo.

Terminado el teatrito, lloverá en el cementerio. Cada uno habrá cumplido, con aquel papel en el que buscó acomodo. Luego el director de escena nos ordenará, quieras o no, el mutis por el foro.

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