Opinión

Tiempo al tiempo

En el despacho del Comisario, después de un saludo formal, mantuvieron la reunión prevista, el propio jefe de policía, el fiscal y nuestra tornadiza Melinda.

Ella, suponemos, estaba pasando unos azarosos días. Si estamos atentos, a lo mejor les oímos parte de la conversación y nos vendrá como anillo al dedo.

-Aún no disponemos de datos irrefutables sobre el homicidio- dijo el comisario mientras se pasó un dedo húmedo por aquel mostacho que tenía su origen, sin ninguna duda, en la influencia de las vellosidades que suelen lucir los originarios de Baviera.

-Me gusta colaborar con ustedes ya que necesito, de manera urgente, despojar al Hotel de cualquier sospecha. Cualquier suspicacia repercute inexorablemente en una pérdida de beneficios económicos.

Le preguntaron y ella fue contestando con rotundidad y sin vacilación aparente. El fiscal hablaba lo mínimo e iba tomando algunas notas a cuentagotas con un bolígrafo al que mordisqueaba, de vez en cuando. Después de aquella hora y veintitantos minutos que se mantuvo la entrevista, el comisario ya estaba cansado de interrogar y el fiscal la dio por terminada, posiblemente movido porque la hora del ángelus también es un aviso del almuerzo. Puesto que nada había ocurrido que no estuviese bajo secreto sumarial, la despidieron con un tono cortés.

El fiscal vigiló su marcha desde aquella ventana con doble acristalamiento y, entre bisbiseos, lo que en español se denomina “hablar entre dientes”, fue contando cómo era un tema de gran importancia a nivel internacional. Era un problema claramente europeo: Paso Stelvio conecta la Lombardía con el resto de Austria, fue frontera del imperio Austro Húngaro, hoy es italiano, pero como estrella de los Alpes, Suiza lo mira como importantísimo.

-Hay muchos ojos mirándonos… esas temáticas que tocan temas de la droga o de movimientos terro… -Y se calló al instante porque el fiscal arqueó la ceja derecha y eso quería decir “chitón”.

Al atardecer, el hombre de las gafas doradas convocó también a otra asamblea. Todos estaban expectantes. Aquella llamada del autor, ahora terminadas las vacaciones del verano, presagiaba algunas novedades de altura. Se sentó y entonces lo hicieron todos los personajes: el cazador de gamusinos, el fraile gris marengo, la científica chiflada bajo una peluca verde esmeralda, el jefe de los enanos que venía acompañado de todos ellos, trescientos o cuatrocientos. Claro que, aunque la salita era minúscula podía acogerlos por aquella virtud que el autor de las gafas se sacó de su bocamanga, y es que podía hacer crecer y crecer aquella habitación hasta donde lo permitiesen las reglas de la literatura, es decir… hasta donde hiciese falta. No faltaba nadie, tampoco ningún policía por muy secreto que fuese, ni otros personajillos por muy circunstanciales que pareciesen.

Les alabó a todos, aunque dijo estar muy satisfecho de Boris y de Melinda, a la que indicó que debía disimular un poco pues daba demasiadas pistas a los lectores…

Calló, carraspeó ligeramente y comunicó fehacientemente que aquí se terminaba la Primera Parte de esta novelita por entregas llamada “Paso Stelvio”.

Y aquella salita se fue haciendo pequeña, de nuevo, mermando hasta que quedó sólo... el silencio.

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