Opinión

Ucrania, malecón de zarzas


Entró la primavera lánguida. Apenas los jilgueros cantan. No habrá golondrinas, cucos, gorriones, zorzales ni tórtolas blancas; porque sólo vuela el pájaro del miedo, que va y vuelve posándose en las ventanas. Se secarán los pámpanos que estaban casi a punto de columpiarse en las parras. Las novias no llevarán vestidos albos, ni guirnaldas, que la tierra tiene abierto el pecho por las metrallas.

Por no haber, a lo peor, ni habrá la Semana Santa. No se oyen tambores, chirimías, trompetas, ni carracas. Sólo hay una canción, la de los corazones medrosos, pues les roban la alegría y se apocopa la esperanza. Esta procesión de antorchas va y viene, sube y baja a los refugios en los que el hambre y la sed se comparten a medias con las espeluznantes ratas.

Y caen, de nuevo, proyectiles, obuses hipersónicos y miles de granadas, que fabrican no sé dónde y que venden bien baratas. El Cirineo camina a tumbos empujando todas las cruces porque no pueden llevarlas. Y Verónica les limpia el rostro con un pañuelo de seda y unas margaritas blancas.

Cruzan el cielo aviones de guerra que escupen luciérnagas de fuego y desconocidas armas. Chillan las sirenas que avisan de que pronto estallará por el aire el amor de las muchachas, el quejido de los viejos, los parques infantiles, los cines… y se romperán en trozos las cuerdas de las guitarras.

Los santos de Odesa se bajan de las peanas y se tapan con mantas viejas para hacer muchos milagros y librar a los soldados de la muerte, de los hierros y las balas.

El aire huele a pólvora, a TNT, a explosivos modernos y a los cuervos que graznan sobre las quemadas casas. El aire baja de arriba, de lo alto de las montañas y es un sastre novato que confecciona uniformes, gorros, casacas, camisas de voluntarios, bufandas bicolores y se cansa de planchar mortajas.

¿Alguien podrá decirnos quién terminará de leer aquel libro? La novela de aventuras que con una flor reseca alguien dejó marcada. ¿Alguien sabe si aquel niño aprendió todo el verbo que traía su gramática? ¿Quién regará los campos y recogerá el azafrán o la albahaca? ¿Alguien sabe si repartirán el butano mañana por la mañana? O todo se habrá quedado, con tantas muertes, en off o en una extraña pausa.

Mariúpol está llorando porque no le queda agua y se beben las propias lágrimas que bajan por sus mejillas convertidas en un rio con un malecón de zarzas.

A Járkov baja la Virgen con su corona de plata y un control militar le pide que explique por qué se ha venido a Ucrania. También soy de aquí dice la señora santa, estos son también mis hijos, aunque me llamen de Fátima.

Por la calle grande de Kiev la procesión avanza. Y una fila de huérfanos la aplauden con sus manitas blancas. Y ella les hace empanadas de atún, ensaladilla y “babcas” de queso y pasas.

Envuelto en papel de plata les dará un trocito de cielo que guardaba en los bolsillos de su bata de casa. 

Cuatro caballos se escapan del prado en el que pastaban y galopan invasión, hambre, guerra y la muerte, por los sótanos y las terrazas. Y sólo podrá detenerlos esta mujer lusitana.

Este año allí en Ucrania, me parece, que ya es la Semana Santa.

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