Opinión

Aquella carta de Sánchez

No es una novedad la inexistencia de una política exterior española propia, pues desde hace mucho, desde que Eisenhower visitó a Franco en 1959, nuestras relaciones internacionales las ha dictado Estados Unidos. Desde el primer abandono del Sáhara hasta éste segundo ejecutado vía postal por Pedro Sánchez, pasando por la entrada en la OTAN cuando ésta era, como si dijéramos, la fuerza expedicionaria y transnacional del amigo americano en la Europa dividida, nuestra política exterior no siempre se inspiró, como se sabe, en las necesidades e intereses de la nación ni obedeció a criterios propios, pero la salvaje invasión de Ucrania por parte de Rusia ha acabado con el último resto de independencia diplomática en nuestro trato con el exterior.

En el mundo que Putin ha polarizado hasta el extremo con su barbarie, no cabe para España, al parecer, el complejo y delicado equilibrio en su relación con los vecinos del Sur, enfrentados entre sí, y se está con Marruecos o con Argelia, es decir, con Estados Unidos o con Rusia. A España no le es dado elegir, pues la decisión viene ya elegida, ni, desde luego, no elegir, esto es, seguir mal que bien con el encaje de bolillos operado hasta hace poco con Rabat y con Argel. Maniatada, España no puede sino perder, y no digamos aquél al que traicionó por dos veces, el pueblo saharaui, que sigue sediento y varado en un confín del desierto.

Éticamente, el volantazo de Sánchez remacha la traición, y, además, la remacha con una torpeza increíble. Si las órdenes recibidas son las de amigarse con Marruecos, esto es, con su plan escasamente disimulado de anexión total del Sáhara, qué menos que haber procurado, antes de echar al buzón aquella carta ominosa, “preparar” diplomáticamente al gobierno argelino, recabando su comprensión y estimulándola, si renuente, con algún beneficio. La diplomacia no se sostiene sin imaginación, y mucho menos sin inteligencia.

Así las cosas, la “injerencia” de un país extranjero, Argelia, en las decisiones soberanas de España, no puede ser reprobada, y ello por la sencilla razón de que tales decisiones no son soberanas, sino que vienen impuestas por quienes manejan la partida que se juega en el tablero. En todo caso, lo insinuado por la vicepresidenta Nadia Calviño, que Rusia está detrás de la actitud argelina por su propósito de desestabilizar el flanco sur de Europa, lo más seguro es que también sea verdad. Y, entre tanto, los saharauis, sin esperanza, en su confín del desierto.

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