Opinión

Jueves Santo

La Semana Santa es el nombre, desde hace muchos siglos, de la “Semana Mayor” del año litúrgico. La Iglesia, a través del año litúrgico, ha querido santificar algo tan significativo para el hombre como es el tiempo. El tiempo nos mide y constriñe pero desde Cristo, es el espacio de gracia en el que nos santificamos y lo señalamos como “tiempo de gracia”. Es impresionante descubrir que Cristo sale al encuentro con su amor “hasta el fin”, en el domingo, en la semana, en las horas y las estaciones. El Hijo de Dios y “Señor del tiempo”, porque vive en la eternidad, entra en nuestro tiempo para contactar con nosotros y hacer del tiempo “historia de la salvación” para la Iglesia y el cristiano. Esto es verdad en todo el año litúrgico, pero sobre todo en Semana Santa.

La mañana del Jueves Santo todavía pertenece la Cuaresma y avanzada la tarde, entramos en el pórtico de la “Semana Mayor” con la celebración de la Eucaristía, el misterio de la Última Cena. Día marcado por la piedad del pueblo. Los pastores catequizaron mucho, en el pasado, sobre la celebración de esta tarde. En el centro está la institución de la Eucaristía anticipando el sacrificio cruento del Señor, celebrado el Viernes Santo. El evangelio de san Juan nos ofrece el gesto contextual de la Eucaristía, el lavatorio de los pies a los Apóstoles y el mandamiento del amor. La comunión eucarística y la reserva-adoración del Santísimo culmina con esta celebración. Es el día de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Cristo, después de ofrecer su Cuerpo y Sangre a los Apóstoles bajo las especies de pan y vino, les mandó: “Haced esto en memoria mía”. El Maestro les constituía en ministros y dispensadores, para el pueblo de Dios, de aquel gran misterio. Tomar el pan, hacer sobre él la oración de bendición, partirlo y darlo a la comunidad cristiana, como el verdadero Cuerpo y Sangre del Señor, es lo que ha hecho la Iglesia desde Pentecostés hasta hoy.“Sacramento” o “misterio de la fe” que la Iglesia cree, celebra, proclama y trata de vivir.

Tarde para entrar en el misterio, celebrarlo con la Iglesia, para comer y adorar al que “nos amó hasta el fin”, para examinarnos sobre cómo lo recibimos y cómo valoramos la Eucaristía a lo largo del año del Señor.n

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