Opinión

El aguardiente, el amor y viceversa

Para ser un gran amor inolvidable tiene que haber pecado de por medio (tranquilos, ahora es venial) y para que un aguardiente pueda tener la consideración de sublime tiene que tener veneno disfrazado de metílico, y si no que se lo pregunten a mi amigo y compañero de mili, el gastador Alonso, el del Puente, que me tiene reservada una botellita clandestina desde el año pasado que, por lo visto, es gloria bendita. Nunca podría imaginarme que aquel aguardiente con el que mi abuela Aurora en el Outeiro de Loiro, hacía el riquísimo licor café con el que se nos cuaraban todos los males, del cuerpo y del alma, tenía una dosis de metílico superior a la que sanidad permite para poder ser comercializada.

El otro día, en unos grandes almacenes, un poco por añoranza, nostalgia y vecinos, compré una botella de aguardiente porque tenía un proyecto entre manos de hacer una queimada con unos amigos como final de fiesta de un cumpleaños. Ya se sabe lo que pasa con estos acontecimientos cronológicos que a medida que nos van quedando menos años, los vamos festejando con más entusiasmo. Pura lógica, pura estadística, pura contabilidad, pura cabronada sin entrar en más detalles, sobre todo metafísicos y transcendentales, porque no todos somos como Santa Teresa que estaba impaciente por mejorar de vida y porque ahora también hay mucha más sensibilidad y a ciertas edades el personal se te puede pasar de la euforia a la depresión y viceversa otra vez, en un santiamén.

No sé por qué únicamente le ponen al tabaco esos llamativos avisos de que puede matar, que es nocivo para la salud, que provoca impotencia sexual y qué se yo, con espeluznantes fotografías de como le quedan los pulmones a los pobres y perseguidos fumadores que hacen guardia en las entradas de los hospitales, bares, oficinas y talleres donde los no fumadores les miran, en el mejor de los casos, compasivos al pasar, cuando no lo hacen con desprecio y con ganas de hacerles tragar el humo que exhalan y si se tercia, denunciarles a las autoridades por delito ecológico-contaminante.

Estoy convencido que el contenido de aquella botella de aguardiente que compré en el supermercado también podía matar perfectamente pero eso sí, sin avisar y sin que exhibiera una sola fotografía de como te quedan los riñones o el hígado después de haberla consumido, sin unas tristes tibias ni una calavera, sin ninguna alarma de peligro, nada, tan calladamente, aunque al probarla, ya nos fuimos dando cuenta de que aquello no podía traer cosa buena alguna, le habrían quitado el venenoso metílico, de acuerdo, y pasados todos los controles sanitarios, pero tal vez por ello, sabía a rayos. Por lo menos el de mi abuela estaba rico, rico y puestos a morirse, mejor que no sea con un mal sabor de boca.

¿ Y ahora qué hago yo, cómo continúo el artículo, qué tendrá que ver el aguardiente, el amor y la transcendencia metafísica con los temas de hoy, con la vida de hoy, con la incertidumbre de hoy y con las malas previsiones de mañana? ¿Cómo se puede hablar de estas cosas con la que está cayendo? Con el sin vivir al que nos llevan estos políticos, con las intrigas y cahantajes económicos, con la corrupción galopante, ladrones corriendo detrás de los que roban, estafadores disfrazados de ONG, resentidos esperando venganza, progres descorbatados dando lecciones de democracia, demócratas encorbatados tradicionales abriendo cuentas y sociedades “ofsore” (otra palabra a castellanizar para dar de alta en la RAE) refugiados entre alambradas, niños entre escombros, tristeza, impotencia, desilusión, desesperanza y todos los des... sin perspectivas de que esto tenga solución.

Y es entonces cuando recuerdas el aguardiente de la abuela y aquellas noches de sueños y añoranzas en las que levantando las copas y brindando por lo que viniera con los que la mayoría ya no están, cantabas aquello de “a beber, a beber y a olvidar... las penas de-el - amor” y baladas parecidas entre el humo y la nostalgia, para terminar con el consabido “Asturias patria querida”

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