Opinión

¿Calentamiento o enfriamiento global?

Ya no sé lo que tiene que hacer el jefe encargado -o encargada, no sea- que ha designado la naturaleza para activar los fenómenos atmosféricos. Ya no sé qué más exhibiciones nos tiene que hacer para demostrar que aquí se hace lo que él ordena y manda, sin avisos ni contemplaciones. Aquí, de pronto, se nos envía una Filomena con un chorro de aire polar que nos congela hasta las cejas como y cuando le parezca oportuno; seguramente en verano nos atice con una ola de calor que nos haga sudar la sobaquera. Esto siempre ha sido así, y lo seguirá siendo, sin darnos explicaciones, sin avisar, vamos, como hace el rey de Marruecos, porque sí, porque yo lo valgo, tronco, y así seguirá por los siglos de los siglos, al margen de lo que hagamos los pobres habitantes de este sufrido planeta Tierra con nuestros aparatos, con nuestros aviones, trenes, camiones o coches. Y le dará igual que sus motores consuman gasolina, gas-oil, hidrógeno o electricidad o vayamos a pedales. Le dará igual lo que hagamos, por muchas y carísimas conferencias climáticas que organicemos, ya sean en París o en El Cairo, intentando meter baza en estas cuestiones a las que nunca nos han invitado, ni siquiera insinuado, de que podríamos intervenir.

Bueno, de algo habrá que vivir, dirán los organizadores de estas divertidas y costosísimas cumbres, pero, si profundizamos un poco, veremos fácilmente que no está en nuestras manos esa pretendida lucha contra el cambio climático. No somos capaces de parar una guerra que tenemos cercana, no somos capaces de ponernos de acuerdo para castigar a los violadores, no tenemos la suficiente inteligencia para organizar las cosas más elementales de nuestra convivencia y queremos intervenir en el funcionamiento del universo, del clima de la Tierra o del funcionamiento de su núcleo incandescente, haciendo creer a estos jóvenes activistas climáticos que van por los museos haciendo tonterías, que el cambio climático es debido a la contaminación producida por la actividad humana, y nadie les explica de una vez porque, cuándo no había contaminación, se producían igualmente y con mayor intensidad estos mismos, y peores, cambios climáticos.

No se trata de que niegue estos cambios, son evidentes, lo que no creo es que podamos hacer gran cosa para evitarlos. Antes, el personal, que no era tan osado, en lugar de cumbres climáticas, sacaba los santos en procesión y hacía rogativas; los resultados, a simple vista, parecen similares, pero, eso sí, las procesiones eran más baratas. 

Hemos mentalizado a las nuevas generaciones en que todo es posible, que todo se puede, que está en tus manos, el sí se puede, el que la sigue la consigue, el que resiste gana, sé tú mismo, si quieres, puedes, depende de ti, y cosas por el estilo, que consiguen que un pobre hombre grite y patalee hasta la muerte luchando contra cinco fornidos policías. Pues no, no se puede, simplemente, entre otras cosas, es antinatural, ningún animal se enfrenta a otro con el que, manifiestamente, está en inferioridad de condiciones, se rinde, está quieto, espera, cuando el león está comiendo, los demás esperan pacientemente a que termine. Lo de David contra Goliat era mentira, el superior era David, el otro era más grande, eso sí, pero David era más espabilado, por eso tenía una honda, es decir, un revólver, y eso cambia las fuerzas. 

No pretendo enviar un mensaje que nos lleve al pesimismo ni a la inactividad, al contrario, tenemos muchas cosas que hacer, no sé si mejoraremos el clima, pero si contaminamos menos, si limpiamos los ríos y mares de plásticos, si limpiamos nuestra casa, nuestros campos y nuestras ciudades, que eso sí está en nuestras manos, viviremos mejor.

 Las otras pretensiones, las otras promesas, las otras profecías, como diría el alcalde de Zalamea, son cosas del alma, de la imaginación o de la ilusión, como quieran, no pretendemos ignorarlas, las tendremos en cuenta, contamos con ellas, las vemos, las entendemos, pero, por favor, no nos profeticen catástrofes, no nos fanaticen con sus ideales, no nos prediquen con sus quimeras, porque nunca sabremos si lo hacen por convicción, por devoción o por la manutención.

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