Opinión

Confieso que he dudado

Una de las cosas que me sigue impresionando cada día, es la contundencia y rotundidad de las afirmaciones que hace el personal en general y los políticos en particular. Nadie duda, todo el mundo tiene soluciones para cualquier problema que se presente, sabe lo que hay que hacer en todo momento y no piensa, ni por un instante, que su oponente pueda tener algo de razón en sus planteamientos. Esto se nota en cualquier debate o en cualquier tertulia; antes de ponernos a leer cualquier artículo, o de escuchar a un tertuliano en cualquier emisora de radio o de TV, ya sabemos de antemano que fulanito o fulanita va a defender al gobierno, pase lo que pase, o haga lo que haga, y los otros escritores, o los otros parlantes, del otro bando, van a escribir o van a decir, justo lo contrario, da igual el tema, da igual el día y da igual la hora, es siempre lo mismo. Increíble, no puedo entender tanta rutina, tanta monotonía, un día tras otro, una semana tras otra, un año tras otro.

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Por eso cuando lees o escuchas a uno, o una de la llamada izquierda, sabes que nunca dirá nada que admita que en una determinada época se hicieron cosas buenas cuándo gobernaba la llamada derecha y al contrario. Da igual que se trate de la reforma laboral, del estado de alarma, de la violencia de género o de la libertad de expresión, da igual, siempre será lo mismo, todos saben cómo hay que hacer una cosa, y los de la otra bancada, bando o banda, saben que hay que hacerlo al contrario, unos y otros son incapaces de reconocer sus errores, incapaces de admitir sugerencias, incapaces de superar la eterna confrontación entre rojos y azules, entre izquierdas y derechas, entre republicanos y franquistas, cuando lo más sencillo sería reconocer que todos hicieron burradas y que todos hicieron chapuzas, porque hacer las cosas mal es lo más fácil, lo más sencillo, lo que más abunda, lo difícil es hacer las cosas bien, ya seas político, médico, piloto, cura o mecánico.

Si en tiempos de la segunda república, por ejemplo, se hubieran hecho bien las cosas, mejor dicho, no se hubieran hecho tan rematadamente mal, todos seríamos republicanos y no se hubieran cimentado las bases para que se pudiera producir un alzamiento nacional, eso es evidente, pero tal cosa nunca se reconocerá por los fanáticos defensores republicanos que siempre dirán que todo era fantástico, que todo era maravillosos y que vivíamos en un mundo feliz, hasta que llegaron los malos. Y en esa seguimos, como si no hubiera pasado el tiempo.

Si se trata de la violencia de género, machista y vecinos, aparecerá siempre la, o el que diga que la culpa es de los hombres que, indudablemente lo es, en la gran mayoría de los casos, pero nunca reconocerán que, como vemos recientemente en Valencia, Sevilla o Cortegada, también matan las mujeres, y lo hacen bien, con fundamento, como diría el Arguiñano, porque la española cuando mata, es que mata de verdad.

En el caso de la señora o señorita de Cortegada, gracias a que su pesar emocional, antes se llamaba conciencia, le hizo confesar el crimen, porque, si estamos esperando a que lo descubrieran los investigadores que trabajaban, es un decir, en la denuncia que se había puesto en el mes de agosto, sobre la desaparición de la víctima, y que se confirmó, por las señales de su móvil, que su última estancia en esas fechas, había sido en aquella casa, (blanco y en botella) la señora asesina podía seguir disfrutando tranquilamente de su vida en libertad, viviendo en su casita con huerto, chimenea y cementerio privados, chateando por internet, buscando, tal vez, su próximo enamorado, al que también iría a esperar al aeropuerto de Peinador, aunque ahora, con la llegada del AVE a Ourense, a lo mejor, venía en tren, vete tú a saber. Cada vez hay más alternativas y más oportunidades. No somos nada.

Si el tema va de vacunas, estamos en lo mismo; los vacuno creyentes, porque esto va de fe, nos apuntamos con entusiasmo a que nos la inoculen, con perdón, cuanto antes, porque, al menos estadísticamente, parece que funciona y nos morimos menos, ya digo, estadísticamente. Por el contrario, los enemigos de las vacunas, están convencidos de que es un invento de los malignos para eliminar personal de este mundo súper habitado y quedarse únicamente con los elegidos, que, obviamente, son los de siempre.

En casa ya nos hemos puesto la tercera dosis y, de momento, seguimos respirando, pero confieso que he dudado. Lo que está claro es que, como decía el innombrable general, vienen a por nosotros.

Lo que no dudo es en desearles una feliz Navidad y un año nuevo; dos mil veintidós, veintidós, veintidós, con menos incertidumbre, con menos muertos y con más esperanza. Y si te toca llorar, y no estás frente al mar, no pasa nada.

“Pois sí”.

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