Opinión

Si Dios quiere

No salgo de mi asombro cuando oigo los discursos de los políticos, de cualquier partido, de cualquier tendencia, incluso añadiría, de cualquier país, afirmando que únicamente sus propuestas son las válidas, las únicas que van a solucionar los problemas que tenemos los ciudadanos; todos hablan con una contundencia y con una rotundidad que llego a pensar que tal vez no sepan que ahora tenemos unos medios que permiten reproducir sus palabras en cualquier momento, al cabo de unas horas, unos días o unos años, dejando en evidencia sus discursos, sus promesas y sus mentiras.

Todos decimos tonterías, esto está claro, unos más y otros menos, pero la ventaja que tenemos los que no nos dedicamos a la política es que, generalmente, no nos graban, porque de ser así, seguramente estaríamos muy calladitos para no ponernos colorados. Por eso que cuando escuchamos a nuestros líderes prometiendo puestos de trabajo, reducción de impuestos, suculentos salarios y demás felicidades terrenales (algunos hasta ya nos hablan incluso de cosas más sublimes como la de subir al cielo y alrededores, igual que hacían aquellos viejos predicadores de nuestra infancia) nos invade un sentimiento de vergüenza ajena al pensar que dentro de poco tiempo podremos comprobar fácilmente que las cosas no se solucionan según lo previsto en estos discursos electorales, porque simplemente, no está en sus manos, no va a depender de ellos la solución, al menos para arreglarlo, lo único que podrán hacer es estropearlo, poniendo las cosas peor de lo que están, eso sí, porque destruir, siempre será más fácil, pero tendrán que reconocer que el fin de los problemas va a depender de cosas que, en su gran mayoría, son externas, al margen de lo que ellos puedan hacer o decidir, como el precio del petróleo, crisis internacionales, o la economía global, máxime en nuestro caso, como socios de una comunidad supranacional, en la que nos van a decir exactamente lo que podemos y lo que no podemos hacer. 

Por lo menos aquellos antiguos predicadores nunca se ponían ellos como protagonistas, sabían que los problemas estaban en manos de la providencia, en manos de Dios, ellos eran simples intermediarios ante las instancias divinas que eran las únicas que podían solucionar las cosas, pero ahora. ¡Qué va! Ahora nada, éstos no se cortan, ahora los problemas se los ventilan ellos directamente, con un par, sin encomendarse a otras instancias, ni divinas ni humanas. ¡Dejadme solo! Como los toreros. De esta forma, el Trump está todo convencido de que va a solucionar el problema de la inmigración clandestina levantando un muro en la frontera de México. El Sánchez, está seguro de acabar con el paro cuando sea presidente y pueda tumbar la reforma laboral de Rajoy. Éste también lo tiene claro y no duda de que cualquier solución tiene que pasar necesariamente por su persona. El otro protagonista, el Rivera, da la sensación de que por lo menos, tiene un poco más de humildad y está tratando de llegar a cerrar acuerdos entre unos u otros, aunque no lo logre, pero lo intenta.

Hubo un tiempo en el que se rezaba para que lloviera, para que tocara la lotería, tuviéramos salud, o aprobáramos unas oposiciones, incluso la posibilidad de que se produjera algún milagro para casos extremos, sin que nos diéramos cuenta de que, de esta forma, estábamos inventando el sistema de la corrupción que tanto hemos padecido, ya que pretendíamos lograr cosas o beneficios recurriendo a instancias sobrenaturales en detrimento de los que no rezaban, que estaban así en clara desventaja. Esto es lo más parecido a un enchufe en la Diputación, recomendación para aprobar, o similar.

Sin que nadie se moleste, tenemos que reconocer que ahora se reza menos, es pura estadística, y además, en ocasiones, muchos de los que rezan, incluso intensamente, a cualquier dios, no son buenos ciudadanos, hay pruebas; pero aún así, les recomendaría a nuestros líderes políticos que terminaran sus discursos aclarando que conseguirán cumplir sus promesas, si Dios quiere. Como antiguamente.

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