Opinión

Dos malos pilotos

Max Verstappen y Lewis Hamilton llevan dos encontronazos en sendas carreras de Fórmula Uno que, al margen de las sobradas cualidades que han demostrado a lo largo de sus carreras, en este caso concreto, en estos dos recientes accidentes, lo que de verdad nos han dejado claro es que no son buenos pilotos, así de simple, son dos tercos niñatos, no han sabido hacerlo mejor, no han sabido o no han querido, lo que todavía es más triste, actuar de otra manera que evitara ese lamentable final y que, gracias a los sistemas de seguridad, providencia, suerte y vecinos, no tuvieron, afortunadamente, peores consecuencias.

Estoy seguro que ellos mismos, los dos juntitos, de la mano, reconocen su error, hay pocos deportes en los que la autocrítica funcione mejor, ya que, cuando sucede el percance producido por ese error, después de tanta tensión y tantas prisas, tienes todo el tiempo del mundo para pensar que tendrías que haber tomado otra decisión. Un futbolista o un tenista cometen un error, de acuerdo, pero al segundo siguiente, siguen jugando para tratar de enmendarlo con una buena jugada, pero aquí no, aquí te quedas tirado, parado, quieto, y en algunos casos, para siempre. Se terminaron las prisas.

Hay cosas que nunca se olvidan y recordaré siempre hasta el final de mis días. Cuando en un rally del Sherry, allá por los años 70/ 80, me encuentro a mi querido amigo José Pavón con su Renault Alpine oficial, tirado en el pico del Veleta, justo en la cumbre de Sierra Nevada, donde comienza la bajada por la vertiente sur hacia las Alpujarras granadinas, en aquella prueba que empezaba en el Parador Nacional de Sierra Nevada y terminaba en ¡! Capilleira¡¡. (Hoy detendrían a toda la organización) Estoy seguro que él tampoco se olvidará de aquella noche aciaga en la que, con su copiloto, creo que era Martín, tuvieron horas para pensar que hubiera sido mejor otra trazada. O también, por aquella época, en un rally de Montecarlo, donde otro que yo me sé, se quedó atascado en la cima de un Burcet helado, en los Alpes franceses, a veinte grados bajo cero, también en el silencio de una inolvidable noche estrellada donde te da tiempo a pensar, reflexionar y lamentar ese error, hasta que llega la asistencia.

No es por patriotismo, ni por tirar para casa, pero una acción como las que han protagonizado el campeón y subcampeón de la actual Fórmula Uno, en estas dos accidentadas carreras, no se lo he visto a Fernando Alonso en toda su vida en la competición. Estoy totalmente convencido de que ellos mismos serán los primeros en reconocer su error y admitir que hubiera sido mejor haber cedido antes de cargarse todo en un instante, porque este no es un lance de la carrera, esto es la estupidez de la intransigencia, lo mismo que los malos políticos, de los que, por desgracia, tenemos abundantes ejemplos en nuestro país, tanto a nivel nacional como local, que están dispuestos a cargarse su país o su ciudad, antes que ceder en sus posturas.

La civilización se basa en el entendimiento, en la negociación, en la cesión, en el acuerdo, en la educación. La intransigencia es lo que impera en la ley de la selva, de la estepa o del desierto, aquí no existen estas reglas, aquí no se transige, negocia, acuerda, ni se cede el paso, aquí el más fuerte es el que sigue adelante y punto, pero en la naturaleza, los animalitos se van organizando mejor o peor, pero se van arreglando, se van entendiendo a su manera, van tirando, pero los humanos, cuando no actuamos civilizadamente, lo tenemos mucho más difícil que los animales, porque ellos no son imbéciles, no se ponen cachondos sacando fotos a un niño, no se sienten provocados por una minifalda, no tienen que taparle la cara a su pareja, ni matar gritando que su dios es el más grande.

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