Opinión

El obispo de Riobamba

Mientras por esta España nuestra de la camisa blanca de mi esperanza que cantaba Ana Belén, el personal vive con inquietud los acontecimientos que los visionarios independentistas catalanes protagonizan estos días,   guiados por una ilimitada ambición, esa característica condición humana, tan típica como imbécil, el pasado mes de Septiembre, en el lejano, pobre y olvidado Afganistán, una enfermera voluntaria segoviana, de 38 años, Lorena Enebral Pérez,  moría asesinada por los disparos de un desgraciado que iba en una silla de ruedas al que se disponía a atender.

Este es uno de los enigmas de la humanidad; mientras la gran mayoría de los ciudadanos tenemos por objetivo conseguir un nivel de vida que nos permita vivir con dignidad y si podemos, ir incrementándolo con la mayor intensidad posible, dentro de los cauces admitidos por nuestra sociedad, tratando de conseguir el mayor éxito económico y social, existen unos verdaderos seres superiores, unos elegidos por no sé sabe quien, al margen de creencias  e ideologías, a los únicos que realmente yo  admiro, (están en otra división, los demás, con mayor o menor éxito, estamos al mismo rollo) que un día, han dado un completo giro a su vida y han consagrado su existencia al servicio a los demás.

Pueden estar aquí, entre nosotros, entre tantas organizaciones de voluntarios, laicas o religiosas, a las que no quiero poner nombres por su diversidad y cantidad  pero que todos conocemos, o pueden haber optado por irse a la India, como el famoso y añorado Vicente Ferrer, África, América, o en otro continente, el caso es que, movidos por esos misteriosos ideales, creencias o convicciones, tan alejados de los egoísmos materialistas que son el origen de todas las confrontaciones entre los humanos, han dedicado su vida a tratar de lograr un mundo mejor.

Me van a permitir, ustedes, y ellos, ninguno se lo espera, que cite dos nombres por que me son cercanos; una, es la Hermana  Inés Casado, tía de mi mujer, de vocación sus enfermos, a los que se ha dedicado desde que era una niña en Segovia. Siendo enfermera de quirófano en la clínica El Rosario de Madrid, con veintidós años se marcha a Venezuela a cuidar a los indios de Tukuko y después en Maracaibo, allí, a sus noventa y seis años, sigue atendiendo en lo que puede a sus enfermos y compañeras de residencia renunciando ya a volver a España ni de vacaciones, como hacía hasta hace unos años.  Ha elegido quedarse para siempre en su patria de adopción.

El otro nombre, hermano de mi amigo de toda la vida, José Ramón, es el del  orensano Julio Parrilla Díaz, que después de hacer Derecho en la universidad de Santiago, Filosofía en Roma y Teología  en Salamanca, se hace cura misionero y entre otros destinos, llega a Ecuador en  donde lleva más de veinticinco años, en el año 2008 fue nombrado obispo de Loja y desde el 2013 es obispo de Riobamba, una bonita ciudad en las faldas del Chimborazo.

Son unos cuantos nombres, pero representan a los más de 12.000 misioneros y voluntarios españoles repartidos por el  mundo, de todas formas, está claro, son una minoría, pero bendita minoría, qué poco se parecen a esas otras “teimadas” empeñadas en la labor contraria, en cargarse a lo que haga falta, la naturaleza es así, tiene que haber de todo. Ellos  lo saben, no esperan nada, están entrenados para la ingratitud, no solo eso, saben perfectamente que en estos tiempos donde la imbecilidad ha alcanzado las mayores cotas de intensidad, no faltará quien los critique, porque hemos llegado a un punto en donde todos los despropósitos tienen su asiento, pero estos elegidos por el destino, la providencia o por quien estuviera de guardia en ese momento en el tinglado, tienen categoría y personalidad suficiente para no dudar ni por un momento de la grandeza de su misión, nunca mejor dicho.

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