Opinión

El imperio de las máquinas

Podemos comprobar fácilmente cada día la sustitución de puestos de trabajo por máquinas, ya sean cajeros automáticos, robots, contadores electrónicos, etc., desempeñando tareas que anteriormente realizaban hombres o mujeres. Hace años que viajaba frecuentemente a Galicia desde Madrid por carretera, en aquellos tiempos en el que ir a 200 kilómetros por hora por las rectas de Castilla era solamente una estupidez, no como ahora que, además, es un delito. (Bueno, nuestra generación le ha tocado vivir la situación inversa en muchos casos, que lo que era un delito se ha convertido en una estupidez, o gilipollez, simplemente, según se mire, e incluso, en algún caso, en un motivo de orgullo.)


A lo que íbamos, en el peaje de Adanero estaban unos amables controladores que, dada la asiduidad de los viajes, terminabas por saludarles personalmente; a ello ayudaba que sus nombres figuraban delante de sus respectivas cabinas. Uno de estos controladores se llamaba Santiago Canal y, aunque no teníamos parentesco alguno, la coincidencia del apellido hacía que nos saludáramos efusivamente cada vez que nos encontrábamos en el peaje.
En mi último viaje a Ourense, como está pasando en casi todas las autopistas, me encontré con que en el lugar que ocupaban Santiago y otros compañeros, estaba ahora una espléndida máquina tragaperras que con su voz mecánica que me invitaba a introducir el dinero o la tarjeta de crédito para abonar el importe correspondiente.


Sentí la misma sensación; salvando las distancias en todos los sentidos, mis encuentros con el Santiago no tenían emoción alguna; que tuvo el Sabina cuando en lugar de encontrar la barra del bar donde había ligado el último verano, se encontró con una sucursal del Banco Hispano Americano. Reconozco que me dieron tentaciones de saludarla, a la máquina, pero además de que mi compañera de viaje, aunque está acostumbrada a cosas raras, seguramente no lo entendería, me dí cuenta enseguida de que estos aparatos no se prestan a ningún diálogo.
No pude evitar el recuerdo de Santiago y sus compañeros. ¿Habrán encontrado otro trabajo? ¿Estarán en el paro? ¿Se habrán jubilado?


Tendremos que reconocer que estas máquinas, en ocasiones, realizan sus tarea con más eficiencia que cuando lo hacían personas físicas. En una ocasión que estaba tratando de “hablar” con una máquina de estas que te ponen en algunas empresas y cuando llevaba un rato sin poder entendernos, logro que se ponga una señorita que me atendía desde un lejano país, pero después de escucharla atentamente durante un rato, le supliqué que me volviera a enchufar a la máquina que tenía antes ya que por lo menos no me decía tonterias.


En las negociaciones que están sosteniendo los representantes de Grecia y las autoridades europeas, echo de menos que, ante la evidente falta de razonamiento de los protagonistas, no exista un mecanismo, algún robot o lo que sea, que pudiera encontrar alguna solución, ya que entre humanos no lo consiguen.
Sueño con que algún día los grandes bancos, el Mundial, el Central Europeo y similares, tengan unos mega cajeros automáticos donde cada país socio tedría su tarjetita y así terminaríamos con las broncas. No he visto a nadie discutir con un cajero automático porque no suelta las perras y menos, llamarle mafioso, terrorista económico o aclararle que los muertos no pagan.

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