Opinión

La Galicia abandonada

Viendo las imágenes de esa nave industrial, vacía desde hace años, un extraordinario  y moderno inmueble  de 2.000 metros cuadrados, refugio habitual de  rateros y contrabandistas de la zona, donde el desgraciado, acomplejado  y salido criminal, apodado “ El Chicle”, había pensado  dejar enterrada para siempre a la pobre Diana Quer, no pude evitar asociar esta circunstancia  al hecho evidente, que podemos comprobar fácilmente  en nuestra tierra, del abandono en que se encuentran numerosas  propiedades; no solo en el ambiente rural, que eso es evidente, no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor donde podemos observar fincas de labor, campos y bosques convertidos en auténticos  vertederos almacenando combustible para el próximo incendio, si no también en pueblos y ciudades, donde casas antiguas, naves  y solares permanecen durante años llenos de  basura, escombros y ratas sin que nadie trate de poner fin a este desaguisado.

Aunque no sea este problema exclusivo de Galicia, tendremos que admitir que en pocos lugares de nuestro país, ya no digamos en Europa, se produce con tanta intensidad como en nuestra tierra, debido principalmente al  tradicional minifundio y sobre todo, a ese carácter tan arraigado en nuestra cultura que podemos resumir en aquello de “no hacer ni dejar hacer”. Me explico. Cuando una persona tiene un bien que no le está produciendo beneficio alguno, antes al contrario, le produce gastos,  lo normal es que trate de deshacerse de esa propiedad vendiéndola, aportándola o,   en último caso, entregándosela a quien esté interesado, ya sea un particular o institución, en algún proyecto agrícola, industrial o forestal que se pueda desarrollar en ese monte, casa o finca. Pues no hay manera. Recientemente, en un paseo por las orillas del Miño, en las cercanías de Untes, es decir, a muy pocos kilómetros de la capital, pude ver numerosas parcelas, la mayoría con viñedo, totalmente abandonadas desde hace años, pero eso sí, ni un triste letrero de “se vende” o cualquier otro signo de querer poner fin a esta tradicional  desidia del país. Genuino carácter “enxebre”.

Y esto pasa porque por aquí, sobre todo en las cercanías de la ciudad, no hay fincas, solo hay solares, todos están pensando en que en su parcelita algún día se va a construir un edificio de viviendas por lo que el pelotazo está asegurado, lo que no es muy fácil de entender, está claro que sobra edificación de  viviendas, locales y naves industriales. ¿Cómo no van a sobrar si, según leo en La Región, en el año 1977  nuestra provincia  tenía 433.000, y actualmente, 309.000 habitantes?   Es decir, en los últimos cuarenta años, hemos perdido 124.000, una gran ciudad. ¿Es que tenemos que esperar a que venga un científico americano a decirnos que estamos locos si seguimos edificando? En todo caso,  en lugar de construir, lo que tendremos que hacer es cuidar, conservar y rehabilitar lo que ya tenemos construido en exceso.

El abandono no es solo de los ciudadanos, alcanza también a la Administración del Estado, grandes empresas e instituciones, Ejército, Renfe, bancos, etc. Solamente en la provincia de Ourense, según leo también en La Región, la Iglesia Católica tiene 500 casas rectorales abandonadas. ¿Cuántas en Galicia? Con una casa, pasa como con un coche, si lo abandonas pierde su valor. Cualquier casa rectoral de estas, en su día, era una fuente de riqueza, la mayoría con huertos e instalaciones agrícolas que permitían, en un sistema de economía cerrado, vivir a varias personas de lo que producían.

El  propietario de un coche, por estar identificado con  una matrícula, o el de un caballo o perro, por llevar un chip, además de tener que pagar los impuestos correspondientes, seguros, etc., responde del daño que este coche, perro o caballo puedan causar, y si los abandona, las autoridades le multan   y se lo llevan. Pongámosles también a las fincas y naves una matrícula o un chip y hagamos lo mismo. Abandonadas, pueden tener más peligro que un coche, un perro o un caballo.

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