Opinión

El largo y cálido verano

Las temperaturas de este verano me traen el recuerdo de quella vieja película del mismo título: “El largo y cálido verano”, del ya lejano año de 1958 que, inspirada en la obra de William Faulkner, nos narraba las aventuras de un joven y atractivo personaje, interpretado por Paul Newman, que en los calurosos veranos del sur de los Estados Unidos mezclaban el calor y el sudor con la sexualidad y la pasión. Cosa que, salvando las distancias, grandes, muy grandes, ya que por aquí jugábamos en tercera división, también empezábamos a sentir en aquella época de nuestra adolescencia y juventud.

Había que echarle mucha imaginación para comparar aquellas tórridas escenas de las aventuras amorosas que nos descubría la pecaminosa película (que supongo estaría clasificada por los censores de la época como gravemente peligrosa para nuestra moral, con un 3 R o tal vez un 4) mostrándonos a los protagonistas de la película retozando por las praderas de Misisipi, con nuestros incipientes arrimes epidérmicos de material en los “lameiros” de Bentraces o de Loiro, que era en donde pasábamos los veranos con los abuelos, descubriendo los primeros síntomas del entusiamo sexual que despertaban en nuestros cuerpos adolescentes el suave contacto con la otra parte contratante.

Eran tiempos de verdades fundamentales, no como ahora que seguimos queriendo saber la verdad aunque tengamos un video que nos está demostrando, cada vez que lo vemos, que la fuerza centrífuga no perdona y cuando un coche, un tren, una bicicleta o lo que sea, entran en una curva a demasiada velocidad, la fuerza esa, la centrífuga, se pone en marcha automáticamente y te echa por la tangente, así, ¡zas! y te das la leche. Es así de simple. Claro que hay otras causas, que estaba la curva, que estaba el tren, que no había señales, que el maquinista iba despistado, que todo podía haber sido de otra forma; pero las cosas son como son y seguimos exigiendo saber la verdad, a pesar de la evidencia, a pesar de la física, a pesar del video. La verdad son los muertos y los heridos, el desconsuelo, las lágrimas, la pena, la tristeza, el sufrimiento. Esa es la verdad, lo demás será resentimiento, revancha, dinero, dinero, dinero.

Eran tiempos de paz, de paz intensa y sosegada, de tardes de sueños irrealizables, de ilusiones transparentes, de preguntas sin respuestas, de confesiones sin pecados, de prohibiciones sin por qués, de verdades como puños, de adhesiones inquebrantables y de principios fundamentales, pero sin el video que nos lo demostrara. Creíamos en todo, maldita sea. 

Y los años pasaron de uno en uno, de dos en dos, de veinte en veinte, y nos dieron las diez, y las once, y las doce, y la una, y las dos, y las tres, hasta que nos despertó la luna de Sabina, en un pueblo con mar, otra vez un verano.

Y de pronto nos hicimos mayores tirando a viejos de bastón y descansillo sin apenas darnos cuenta, pero seguimos adelante confesando que hemos vivido pero que siempre tuvimos la sensación de que nos faltaba algo, como un noviazgo sin pasión, una campana sin badajo, una misa sin monaguillo, o un funeral sin responso, recordando nuestros sueños no cumplidos, nuestras ilusiones aparcadas, nuestros principios desviados, mientras los calores siguen llegando con la nostalgia de aquellas tardes de largos y cálidos veranos.

Veranea que no es poco.

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