Opinión

La ley, la religión y los bolardos

En principio parece fácil, si tienes que elegir entre una luz roja y otra verde, la cosa es sencilla, el problema aparece cuando te dicen que con la roja te paras y con la verde puedes seguir, porque inmediatamente surgirá el listo o tonto de turno que te podrá decir. ¿Por qué no lo hacemos al revés, que se pare en azul y se arranque en rojo? Al fin y al cabo se trata de un convenio y si acordamos que sea así, no hay problema; como lo de conducir, si se llega a un acuerdo, se puede hacer perfectamente por la derecha o por la izquierda como sabemos.

Este es el problema que tienen nuestros acuerdos, nuestros convenios, que es lo mismo que decir nuestras leyes, todas se pueden cuestionar, discutir o reformar, hasta las más importantes; las constitucionales, todas, al contrario de las leyes naturales que llevan vigentes unas cuantas eternidades y no hay previsto ningún cambio ni reforma en ellas. Cuando las leyes de la gravedad, de la inercia, o la centrífuga entran en acción actúan automáticamente, sin contemplaciones, excepciones, instancias ni perdones y el que no las cumple ya sabe de sus consecuencias; para la naturaleza la pena capital sigue vigente, no hay indultos que valgan y mata todos los días a los que las ignoran.

Yo me imagino que cuando el “homo sapiens” trató de organizar este tinglado, lo primero que se le ocurrió fue poner unos cartelitos en los troncos de los árboles con las normas más elementales; había inventado el derecho; pero también me imagino que enseguida surgirían los incordias de siempre cuestionándolas, discutiendo, protestando y haciendo imposible la convivencia. Desmoralizados por el fracaso del sistema y buscando soluciones, los primeros habitantes se dieron cuenta que la naturaleza, entre todas las especies que habitaban el planeta, les había otorgado a los humanos en exclusiva una moral y unos sentimientos que no tenían los demás y basándose en ellos inventaron las religiones, de esta forma, cumpliendo sus mandamientos, se podía organizar la vida entre los vecinos sin necesidad de jueces, policías, porras, pistolas ni cárceles, únicamente se necesitaba un confesionario, un cielo y un infierno. Al menos en nuestra religión.

Pero cuando no se cumplen nuestras normas, esas leyes objetivas que fueron aprobadas por la mayoría del parlamento, ni se observa el comportamiento cívico, moral y/o religioso del que debiera estar dotado nuestra conciencia, recurrimos como última instancia a lo que nunca falla, a la fuerza de la naturaleza; así los humanos inventan los bolardos, esas barreras de hormigón o de acero que obligan a parar a los que, ni tienen principios morales, ni respetan las señales, ni las luces rojas. 

En Cataluña esperan la llegada del 1 de octubre como los habitantes de Florida esperaban el huracán Irma, pero yo confío en que las cosas se vayan arreglando; como estamos en tiempos en que el dinero está por encima de los sentimientos, los fanatismos se van suavizando cuando ven que la cuenta corriente está en peligro, y de la misma forma que los bolardos en una calzada son efectivos, los embargos de la cuenta corriente, esa especie de bolardo económico , puede hacer que muchos ciudadanos cumplan las normas.

El tema catalán, como tantos otros, habrá que buscarle solución, pero confío en que encontremos la forma civilizada de llegar a un entendimiento, aunque llevará tiempo. El 1 de octubre se observarán las leyes, seguro. Cumpliendo con la ley natural, amanecerá aproximadamente a la misma hora que el treinta de Septiembre; los ciudadanos, respetando esas normas de nuestro ordenamiento jurídico que muchos de sus dirigentes desprecian, circularán por la derecha, respetarán los semáforos y los stop, no atracarán los cajeros ni ocuparán la casa del vecino aunque sea la de alguno de los que predican su desobediencia y por último, la educación, el “seny” y el civismo, se impondrá sobre los exaltados de turno.

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